Nanga de Willy Uribe no es una novedad en el panorama literario nacional; fue editado en el ya lejano 2006 por la editorial Leqtor. En estos tiempos en los que las películas, los discos, los libros… tienen una existencia tan efímera -casi como las de algunas flores e insectos-, antes de ser descatalogados, reciclados, almacenados o pasto de cajón de oportunidades en alguna tienda de outlet, puede resultar anacrónico hablar de él, pero Nanga es una obra que ha escapado de este corto pero infinito ciclo, se ha salvado, por tanto, de las ardientes llamas de esta hoguera inextinguible del usar y tirar, recibiendo el indulto de la atemporalidad, privilegio solo reservado a los grandes clásicos.
Si el nuevo libro de Willy Uribe, Los que hemos amado, es un libro que se lee rápido, Nanga es para leerlo despacio, para paladearlo como un cotizado vino rico en matices, para disfrutar cada una de sus palabras, de sus párrafos, donde nada sobra ni nada falta, para quedarse boquiabierto con su trama y su estructura, en la que se ensamblan de forma precisa, como los componentes de la maquinaria del mejor y más exacto reloj suizo, la narración en primera persona de boca del protagonista con los extractos del diario de Zarra.
Nanga es por todo ello un libro atemporal, que sobrevivirá y perdurará a través del tiempo, hasta convertirse en un clásico; algo que también debería ocurrir con su escritor, que debería ser nombrado inmediatamente patrimonio cultural o bien de interés general, por el mundo del surf, pues es un auténtico privilegio que la gente surfera sea retratada y vista por el público en general, a través de la mirada profunda de Willy Uribe, algo que ya lleva haciendo durante años con su cámara de fotos, en las revistas de surf con sus artículos, y que también hace en los libros. Tal vez esto sirva para quitar a los surfistas esa imagen superflua, de cabezas huecas, ganada muchas veces a pulso, y empiecen a mirarlos como a Lope Urrutia, tipos con inquietudes tan profundas que sacrifican bienestar material, éxito profesional, por el efímero deslizar por la pared de una ola.
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