miércoles, 13 de enero de 2016

Cría perros, y te sacarán… Del pozo.



Recientemente, el actor Mickey Rourke confesó que, cuando peor lo estaba pasando y el suicidio rondaba su cabeza, la visión de los ojos de su perro como diciéndole “si lo haces… ¿quién cuidará de mí?”, le quitó tal idea. En la década de los ochenta, se puede decir que Rourke tuvo todo… Hollywood rendido a sus pies, una legión de admiradoras, que lo consideraban uno de los hombres más sexys del planeta, fama, riqueza... Pero la belleza es efímera, más cuando decides potenciar tu carrera de boxeador, y un aciago día los directores, que antaño se pegaban por que interpretase sus  papeles de protagonista en sus obras, dejaron de llamar a su puerta, y misteriosamente toda la gente que le adulaba desapareció junto a esa imagen de galán que reventó las taquillas de medio mundo, haciendo una de las parejas de más alto voltaje erótico de la historia del cine junto a Kim Basinger, en Nueve Semanas y media.

En esta caída, el único que permaneció inalterable a su lado fue su perro, al que no le importó que ya no tuviera esa imagen que derretía a las mujeres, o que su cuenta corriente ya no tuviera tantos ceros, o que su casa no fuera tan grande. Por todo ello, el actor confiesa que sus perros son lo más importante en su vida, pues cuando “no había nadie más, ellos estaban”.
En el año 2008 la carrera de Rourke experimentó un inesperado resurgir con la película de Darren Aronofsky, The Wrestler, donde interpreta de forma magistral y casi biográfica a un decrépito luchador de pressing catch que, tras haber conocido la fama en los ochenta, malvive a duras penas trabajando en un supermercado y peleando en veladas de poca monta, en pabellones de instituto. Pese a haber superado la tormenta y haber llegado la calma a su vida, Rourke no olvidó a su perro y, en su discurso de los Globos de oro, tras haber recibido el premio a mejor actor dramático, tuvo palabras de agradecimiento muy emotivas hacia él. Incomprensiblemente, aquel mismo año Mickey no recibió el Óscar al mejor actor; pero ésa es otra historia…

 Una de las pruebas más sorprendentes de esta lealtad incondicional  perruna está íntimamente ligada al surf. La ola de Mavericks es una de las más famosas del planeta, incluso el cine la inmortalizó en la cinta Persiguiendo Mavericks. Un biopic del surfista de olas grandes, prematuramente desaparecido, Jay Moriarity. No sé si son muchos o pocos los surfistas que saben que esta ola fue bautizada así en honor al perro de uno de sus descubridores, que no dudó en seguirle hasta el terrorífico pico. La historia cuenta que el surfista, preocupado por el tamaño de las olas y que éstas pudieran ahogar a su mascota, no tuvo más remedio que poner al cánido sobre su tabla y conducirlo fuera, para posteriormente atarlo al coche. Esta historia se puede leer en Internet (http://www.bakio.com/el-origen-de-los-nombres-de-algunos-de-los-picos-mas-famosos-del-mundo/).
Las terribles olas de Mavericks (en sentido figurado), la enorme tempestad que sufría la vida de Mickey Rourke… Son pruebas en las que todos tarde o temprano nos vemos inmersos en la vida. Situaciones en las que a parte de nuestra resistencia o valía se pone a prueba otras cosas, como el amor y la verdadera amistad de nuestros seres queridos. Exámenes que muchos no pasarán, dejándonos solos; pero que pasaron con nota los perros de Mickey Rourke y de uno de los codescubridores de Mavericks… Y de muchos personajes anónimos que pueden corroborar  con sus testimonios que la amistad y lealtad de los perros no conoce límites, pues por muy grande que sea la tormenta y por muchos pies que midan las olas, ellos nadarán siempre a nuestro lado.

Seguramente, que mientras escribo estas líneas hay muchos perros abandonados, maltratados en nuestras carreteras, calles, campos… Los más afortunados hacinados en alguna de las repletas perreras de este país con el triste récord de mayor número de abandonos de mascotas de la Unión Europea. Viviendo su particular tormenta o Mavericks. Tal vez, como hizo el perro de Mickey Rourke con su dueño, podamos rescatarlos. Quién sabe quizá mañana sean ellos los que nos saquen de las aguas agitadas de nuestra vida, poniendo de manifiesto esa máxima muchas veces olvidada que debe regir toda amistad: “hoy por ti, mañana por mí”.
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