jueves, 27 de septiembre de 2012

La última y me salgo.


La fotografía de la portada de Surf or Die… of Laughter 3 (La última y me salgo) es obra del prolífico escritor y fotógrafo Willy Uribe (Bilbao. 1965). En un primer momento, se pensó en una ola tubera, al más puro estilo de las portadas de las Stormrider Guide; pero, un poco accidentalmente, vi la algo obscura y sombría instantánea que finalmente ilustra el libro. La foto del tubo hubiese sido mucho más impactante y posiblemente hubiese atraído visualmente a mayor número de gente, que, sin duda, se habría sentido engañada al ver que no existe relación alguna entre la imagen y el contenido interno (pues ni hay olas poderosas, tierras exóticas, etc…); lo habrían considerado publicidad engañosa. La sobria pero a la vez hermosa foto de Uribe es mucho más pausada, meditabunda y reflexiva; consigue captar, con maestría, en una playa desierta, uno de los momentos más íntimos del surfista. El diálogo de tú a tú con el océano. No sabemos si el surfista va a entrar o acaba de salir. Si entra, como el jugador de golf, en el green, analiza la jugada, desde mil posiciones, antes de golpear la bola. Estudia los canales de entrada por los que intentar llegar al pico, sin tener que hacer la cuchara o mojarse la cabeza. Se visualiza, ansioso, bordeando las olas que ya están rompiendo. O quizá maldice el viento, la marea, los fondos… porque éstas no abren o no están como él quisiera.  Si ya se ha salido, posiblemente, contemple agradecido al océano, mientras lo despide hasta la próxima, evidenciando, una de las mentiras más recurrentes del auténtico surfista, cuya última ola o baño, siempre son los penúltimos.

sábado, 22 de septiembre de 2012

Flying Surfboards: Crème de Menthe

  De un taller y de un shaper atípicos, no pueden salir tablas convencionales. Está claro. Flying Surfboards (En algún lugar de Ruiseñada. Cantabria), a parte de casi ilocalizable, es inclasificable, no se parece a nada, al menos a nada de lo que haya o haya habido antes por aquí. Los diseños, los nombres, las modificaciones en la morfología, desafiando los cánones preestablecidos, salen de la mente de su creador y de su propia experiencia en las olas.
 Cuchilla, Cachalot, Celeritas… No son tablas todoterreno, que funcionen para todo tipo de condiciones. Decir lo contrario sería mentir y es algo que confiesa su propio diseñador, Florian Carlo. Tampoco son fáciles, pero no sólo porque su propia morfología y principios hidrodinámicos las hagan algo indomables, no aptas para surfistas impacientes y resultadistas que quieran conocer su funcionamiento a la segunda ola, sino porque el que lleva una se expone a no pasar desapercibido en la playa, a ser señalado por el rebaño, a ser el centro de las miradas por salir de la norma, y estar en la piel de la oveja negra no es sencillo en este océano de tablas clónicas y Logo-tomizadas.

 El surf ha cambiado. Es una obviedad, que de tanto repetirla, ya cansa; pero lo que ha pasado con el surfing es algo muy triste que se ha producido a lo largo de la historia en incontables ocasiones, cuando algo clandestino, casi ilícito, propio de una minoría que está al margen de la sociedad, pasa a estar reconocido y se convierte en algo dominante. Como cuando los cristianos pasaron de las catacumbas y de ser carne de fiera en el Coliseo Romano a realizar actos de fe en las plazas públicas de los pueblos contra los herejes. El surfista ha perdido parte de su esencia, se ha vuelto convencional, o mejor dicho, comercial. Se siente cómodo en el reconocimiento público y ha perdido el gusto por la marginalidad en su propio ADN.

 Los grandes avances en el surf no han ido de la mano de las multinacionales, si por ellas fuera, todavía iríamos en tablas de madera de cuarenta kilos, han ido de la mano de tipos imaginativos, ocurrentes, no convencionales y sobre todo valientes, que arriesgaron su fortuna, su reputación y a menudo fueron catalogados, como “locos” (bendito nombre). Luego, la industria se aprovechó de su trabajo para lucrarse. De la tabla hueca de Tom Blake, de los revolucionarios diseños de Simmons de finales de los cuarenta, de Hobie Alter cuando montó su primera tienda de tablas de fibra de vidrio en 1954, en Dana Point, se burlaron y hoy todos nos beneficiamos de ello. Necesitamos de esta gente, como esta gente necesita de tipos que escapen de lo convencional, que apuesten por sus productos. Cierto Feedback. Estímulos que les ayuden a seguir trabajando.
 En medio de esta divagación, me he acordado de lo que decía G.K. Chesterton en su libro titulado Cómo escribir relatos policíacos, sobre los hábitos lectores de la gente de su tiempo, que preferían las altamente entretenidas novelas comerciales de Edgar Wallace a otras obras más profundas y refinadas. El creador del inmortal Padre Brown empleaba una certera metáfora. “El hombre de la calle prefiere la cerveza (la buena cerveza) a la crème de menthe”. Algo lógico. A mi también me gusta la cerveza. Lo que me cuesta creer es que años y años de publicidad de las grandes cerveceras haya hecho que no bebamos otra cosa, que a tan poco gente nos guste el soul surfing, las tablas diferentes y la crème de menthe.
  Para saber más de Flying Surfboards:

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Utopía y Paradoja en Santander

Ahora que a Santander Creativa se le ha ocurrido sacar el arte a la calle e incluso “realizar una obra permanente, vertical y de gran formato en la fachada de un edificio” de la ciudad  me he acordado, no sé por qué, de El Proyecto ‘Utopía?’ de Gómez Bueno del año 2004. Desde Los Ángeles, el artista recuerda que sigue “apostando al 100%” por la propuesta, aunque ocho años después, “sería estéticamente distinta”.
 La capital de Cantabria se moderniza, pero la apuesta no es muy decidida, más bien tímida, pues los espacios que se ceden a los artistas son casi siempre calles ocultas, secundarias, ramales periféricos solo transitados por los propios vecinos, invisibles para el visitante, a no ser que se pierda o vaya a ver a su tía abuela viuda que vive en un tercero sin ascensor en la calle Santa Teresa de Jesús. Lo que vuelve a llevarnos a ‘Utopía?’ y a Gómez Bueno, que, en su día, lanzó todo un órdago a la grande y propuso su mural en un lugar significativo, emblemático, a la vista de todos por tierra, mar y aire; ni más ni menos que en el centro neurálgico de la vida cultural santanderina: el palacio de Festivales.
 La obra de Sáenz de Oiza, con su aspecto de reactor cuatro de la central de Fukushima o sarcófago de Chernóbil, es el Templo de la ortodoxia cultural santanderina, la sede del FIS... De lo más vanguardista y transgresor de la escena autóctona. Más de uno y de una se rasgaría sus mejores galas al salir del taxi para ver La Traviata de Verdi y ver el muro del Palacio con semejante derroche de color y fantasía. Los gritos de ¡Sacrilegio!  se oirían hasta en La Maruca.
 Hablar de ‘Utopía?’ con la que está cayendo, más que a utopía suena a ciencia ficción, pero una ciudad que dice apostar tan decididamente por el arte, como elemento dinamizador de su desarrollo, debería tener en cuenta toda propuesta artística, venga de donde venga y de quien venga, y más si trae consigo la polémica, el debate y la controversia debajo del brazo, elementos imprescindibles y cotidianos, en las grandes capitales Mundiales de la cultura.
El proyecto ‘Utopía?’ tuvo una sede física en la Galería 727.727 South Spring Street. Los Angeles, California. 90014. Cientos de personas de todo el mundo conocieron Santander, el Palacio de Festivales y el plan de Gómez Bueno para su fachada. Se habló más de ‘Utopía?’ en California que en el propio Santander, y eso más que una Utopía es una Paradoja. Tan preocupante como evidente.
http://www.gomezbueno.com/Utopia.html

sábado, 8 de septiembre de 2012

La República Independiente de mi Playa


California es un lugar mágico. Ya lo pusieron de manifiesto los descubridores españoles, cuando decidieron bautizar este vasto territorio, con el nombre de una mítica isla que aparecía en una famosa novela de caballería de la época (en Las sergas de Esplandián de Garci Rodríguez de Montalvo). Cuando vi, por primera vez, esta obra de Antonio Gómez Bueno no pude evitar enamorarme en el acto de ella, pues fusiona dos cosas que para mí son muy especiales, el surf y el legendario estado americano, epicentro de la mayoría de las mitomanías surferas de muchos de nosotros y cuna de nuestro lenguaje sobre las olas. La enseña original, con el majestuoso plantígrado campante, siempre me ha gustado, pero, con el retoque del genial pintor, me gusta mucho más y la enarbolaría, sin dudarlo, en cualquier conflicto playero imaginable y hasta la besaría con fervor patriótico en una hipotética ceremonia de jura de bandera. Ojalá que un día Gómez Bueno hiciese algo semejante con la bandera de nuestro país y le diera un aire surfero a la rojigualda; con el toro de Osborne haciendo un hang five sobre un longboard o como fuese. Arrasaría.