De todos los fenómenos vinculados al boom del surf ninguno
es equiparable, en cuanto a dimensión, al de la ropa. Las grandes marcas han
sabido ver hábilmente la necesidad de desencasillarse y vender sus productos
más allá de un público exclusivamente surfero, lo cual se ha traducido en unos
mayores ingresos. Ante esta suplantación, apropiación indebida de sus señas
externas de identidad, de adopción de su estilo por todo bicho viviente… ¿Qué
ha hecho el surfista de pro? ¿Se ha plantado? ¿Se ha rebelado? Todo lo
contrario, se ha reafirmado y, afectado por una especie de síndrome de
Estocolmo, adquiere una y otra vez una línea de producto que cada vez más se
aleja de la filosofía del beach style.
Pero, en el propio
pecado, está la penitencia. La propia necesidad imperiosa de querer hacer
sabedor al mundo de que somos surfistas nos condena a ser esclavos de la moda,
de las tendencias, a ser marionetas de las grandes marcas que se hacen de oro
ante esa idea tan generalizada de que cuanta más de su ropa nos pongamos, seremos
más y mejores surfistas... Sobre todo a ojos de los demás. Como si nosotros
mismos no supiéramos o no nos bastase con saber lo surfistas que somos.
Ante esta proliferación de surfers fashion victims,
resultaría conveniente preguntarnos si el Normcore (En cristiano: tendencia que
consiste en huir de las tendencias), que tanto está pegando entre los
fashionistas, llegará también al mundo de las olas. De esta forma, los hipsters
de la playa, los que cuando los dictados de la moda mandan ponerse barba, ellos
se dejan barba, y cuando las gafas tienen que tener la lente polarizada, ellos
se compran la gafa con la lente polarizada, tendrán los días contados. El
futuro de la moda en el surf será no ir de surfista ni parecerlo remotamente.
Ir a la playa en un coche normal sin pegatinas de marcas surferas o en una
furgoneta de reparto. Desfilar por esas pasarelas del ‘postureo’ en las que se
han convertido los aparcamientos de las playas con un pantalón vaquero clásico,
camisetas básicas y sin logos y zapatillas de running y no de skater. En coger lo
primero que pillemos en el armario sin importarnos si es de ésta o de tres
temporadas anteriores.
Ese será, sin duda, un día muy peligroso, pues descubriremos
que se puede surfear sin ir por el mundo disfrazados, que las olas que
bordeamos alimentan exactamente igual nuestras almas, y que el ser surfista responde más a una
convicción íntima, personal e infalsificable que a una cuestión social y de
apariencia.
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