Muchas de las ideas generalizadas que circulan hoy en día sobre las tablas no merecen ni ser consideradas conocimientos, pues se basan en creencias, opiniones, mitos, falsas realidades, suposiciones, especulaciones y sobre todo prejuicios.
“El Malibú es una tabla para aprender”, “El fish es para días de verano”, “El thruster es lo mejor y más veloz que existe”, “el single culea y no se agarra a la pared”. Estas afirmaciones caerían por su propio peso, mediante la pura y dura experimentación, que generaría en la gente lo que Piaget denominó conflicto cognitivo: Fenómeno psicológico de contraste producido por la discrepancia entre las preconcepciones y significados previos de un sujeto en relación con un hecho, concepto determinado y los nuevos significados que se presentan en el proceso de enseñanza y aprendizaje.
Por encima de lo que nos cuenten, como más se aprende es probando, y probar tablas diferentes lleva a producir respuestas y conocimientos y a no a seguir mecánicamente las respuestas impuestas por los otros. Experimentar genera un desequilibrio entre lo que creemos que sabemos o conocemos y nuestros esquemas mentales entran en contradicción. Investigar es lo que nos lleva a descubrir y a aprender. Y son precisamente estas lecciones extraídas del cuestionamiento de nuestros principios previos las que nunca se olvidan.
Desde luego, choca que los que más creen saber de tablas y se dedican a elevar a unas al nivel de cúspide de la creación y a defenestrar a otras a la categoría de vehículo de pardillos y puretas jamás hayan probado ninguna otra distinta a la que tienen y no sepan diferenciar un squash tail de un square tail y sus repercusiones, en el agua, a la hora de ejecutar giros. Para ellos, como un marine que acude al peluquero, el no va más de tener la mente abierta y probar cosas nuevas consiste en encargar una nueva tabla exactamente igual a la anterior una, dos o cinco pulgadas abajo. Y no les saques de ahí…
El Malibú y el Fish son tablas con una gran historia, con identidad y personalidad suficientes como para no ser consideradas como un mero complemento de temporada veraniega (un pareo) o un elemento iniciático, un escalón -cuanto más transitorio mejor- por el que hay que pasar obligatoriamente para llegar a un objetivo supuestamente más elevado y definitivo. Son tablas tan potentes, veloces y deslumbrantes que tienen un lenguaje propio. Su manera de deslizarse, de ejecutar las maniobras y de fluir es única e inigualable, independientemente de las condiciones del mar y de calidad o experiencia del surfista. Se puede ser un malibulero experto y se puede bordear con un fish olas potentes.
El thruster es una opción más en el amplio abanico de opciones en el mundo de las tablas, ni más ni menos, y, en su momento, supuso toda una revolución, fundamentalmente en el surf competitivo. Su enorme maniobrabilidad, unida a su tracción, permitía ejecutar maniobras en partes de la ola donde antes era impensable. También su forma y su tamaño reducido permitían ejecutar el pato o la cuchara, en detrimento de la tortuga, con lo cual se podía retornar al line up en un tiempo récord. El impacto del thruster fue tal, que barrió durante un tiempo al resto de tablas del panorama y en las playas no se veía otro modelo ni otra combinación de quillas.
En un mundo, donde el 99,9999% de los surfistas no compite resulta curioso que la gran mayoría se decante por una tabla maniobrable, como si el surfing fuese como el skate y contase exclusivamente hacer trucos y la variable “diversión” no se tuviese en cuenta en el mundo del surf aficionado. Una de las esencias del surf es el fluir y deslizarse por las olas, encadenar sección tras sección; y en eso, el thruster no es la mejor y con diferencia. Ni tampoco es la tabla más polifacética y versátil. Por lo que no se entiende que algunos la tengan como única opción en un quiver más pobre que el fondo de armario de un preso de Guantánamo y en unas costas donde los días perfectos son más bien limitados.
El thruster es considerado por algunos como el fin de la historia del shape; pero ni es la panacea ni es el no va más de la hidrodinámica. Tiene limitaciones y lo más importante: autolimita. Mucha gente se estanca, mientras sufre viendo a los pros volar con ellas, sin comprender que hay otras opciones, tablas que te ayudan, que hacen por ti lo que tú no sabes hacer con ellas o lo que las olas no te permiten ese día por falta de fuerza, exceso de velocidad de la rompiente, etc...
Esperemos que las futuras generaciones se dejen llevar menos por las modas y adopten criterios más prácticos o lúdicos a la hora de decidir con lo que se meten en el agua, olvidando prejuicios, conocimientos previos de dudosa validez…
Todo un Nat Young tuvo que rectificar cuando a finales de los años sesenta certificó el fin de la era de las tablas largas y la muerte del surf de la vieja escuela y el noseriding. Y no porque abanderara años más tarde el nacimiento del Circuito Mundial de Long, sino porque resulta mucho más racional su idea de “emplear el vehículo apropiado para cada situación”… A lo cual habría que añadir: “y para cada surfista y tipo de surfing”; y esto, en ocasiones, implica usar un fish, un malibú, un longboard…
No hay comentarios:
Publicar un comentario