sábado, 6 de octubre de 2012

Tres años sin The Flying Longboarder

 El tiempo pasa que es una barbaridad. ¡Ya han transcurrido tres años desde que se anunció el cierre de la tienda The Flying Longboarder! He considerado oportuno repescar algo que escribí en su momento y que salió en otro espacio de internet ajeno. La extinción física de un espacio puede llevarnos a la errónea impresión de que  lleva consigo un final definitivo. Posiblemente, esto ocurra con el 99,9% de los negocios, pero Flying era algo más que una tienda donde se vendieran cosas, detrás había una filosofía, un espíritu de vivir el surfing y de deslizarse por las olas, el derecho a reivindicarse diferentes y de querer salir de la norma del thruster y de las pasajeras tendencias del parking de la playa... Y eso tres años después, al menos en mí, sigue muy vivo.

Réquiem por una tienda de surf

La noticia del cierre de The Flying Longboarder (tienda de surf, librería y galería de arte, ubicada en Comillas hasta finales de año) ha supuesto para mí una tremenda bofetada que ha sacudido mi conciencia. Lo fácil sería aquí despotricar contra el grado de alienación, la uniformidad y el conformismo reinantes en una tribu que, desde su orígenes modernos, se relacionó con la rebeldía ante las pautas de la sociedad  y que, hoy en día, es incapaz de valorar y apreciar una propuesta alternativa, independiente e innovadora…Pero no van por ahí los tiros (sospecho que ni yo mismo he escapado de este fenómeno). Yo hoy escribo para entonar el mea culpa. 
  Me siento en parte culpable del cierre de un sitio así; y es que una y otra vez me pregunto si habré hecho yo todo lo posible para que el negocio de Florián tuviera una vida próspera y larga. Y creo que no.
 Me he cansado de felicitarle por su increíble gusto, la esmerada decoración de su tienda, por las exposiciones y las fiestas, en las que, con música de jazz de fondo, se hablaba de olas con una pasión, tranquilidad y buen rollo inusitados. Frases como “ya era hora que hubiese algo así por aquí”, apuesto que las habrá escuchado Florián decenas de veces, qué digo decenas de veces, ¡Centenares de veces!, desde que abrió.
 Pero seamos sinceros, realistas, tengamos los pies en el suelo, esto no es o no era suficiente. ¿Acaso se pagan los alquileres, la luz, el agua o un sueldo justo con un par de enhorabuenas, o palmaditas en la espalda, diciendo lo bueno, original y auténtico que tú eres y lo comercial que son todos los demás? ¡No! Se pagan con euros, con los mismos euros que he tirado durante lustros en boutiques surferas,  para acabar adquiriendo una sudadera hecha en serie y que además de hipercara  estará pasada de moda dentro de tres meses.

 Ante esta caducidad y falta de originalidad,  Florián apostaba (se me hace raro hablar en pasado) por términos como vintage, atemporalidad, old school…  Conceptos aplicados a todos los productos que se vendían en su tienda, desde los libros hasta la ropa, pasando por supuesto por las tablas de surf. Tablas de surf que, por desgracia, no han escapado de esta especulación voraz por parte de las grandes marcas, que están intentando aplicarlas con más o menos éxito los mismos valores efímeros característicos de sus colecciones de ropa. Tablas sin encanto, clonadas, con una fecha de caducidad que no va más allá de un invierno: todo hecho en definitiva para que consumamos… Frente a esto, Flying nos recordaba que la tabla  “no es cualquier cosa, es el objeto más esencial que tenemos para conseguir lo que estamos conquistando. Y también es el objeto que nos une físicamente al agua, a la energía de la ola”. Tablas duraderas, con encanto, piezas únicas como las obras de arte que colgaban de las paredes de Flying.  Joao Catarino, Gómez Bueno, Manolo Yllera, Héctor Barrero, David Le Saint, Jo Bradford, son sólo algunos de los artistas que expusieron a lo largo de los casi dos años de vida de esta inolvidable Surf Shop.
 Como se puede apreciar, The Flying Longboarder defendía conceptos diametralmente opuestos al usar y tirar promovido por la actual industria surfera, más preocupada en hacer caja, en lanzar puntualmente sus dos temporadas al año, que sólo sirven para aumentar los stocks, los outlets,  que en transmitir un mínimo de valores genuinamente surferos.
El cierre de Flying es mi fracaso. El fracaso de toda una generación surfera (la de los nacidos antes del ochenta) que, desde su madurez, tenía que haber sabido apreciar esta propuesta, para dejarles una alternativa a los que vienen detrás. Espero que Flying siga volando, y si no encuentra aquí el lugar que se merece, emigre hacia nuevas latitudes donde haya gentes con la  sensibilidad y valentía suficientes para darle la próspera y longeva vida que aquí se le negó.
  Gracias, Florián… y perdón.

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