Basado en un hecho real, el film cuenta la historia de Daniel ‘Rudy’ Ruettiger (interpretado por el ‘Goonie’ Sean Astin), un sujeto cuyo sueño, desde la niñez, fue ir a la universidad de Notre Dame y jugar en su prestigioso equipo de fútbol americano (Notre Dame Fighting Irish). Algo que cuando mides poco más de 1,65, pesas apenas 75 kilos, eres de clase media-baja y no eres precisamente lo que se llama un genio o un atleta al que puedan dar una beca, más que a sueño suena a que no estás en tus cabales y requieres internamiento psiquiátrico. Pese a las burlas, las adversidades y la presión de su entorno para que abandone, Rudy nunca se rinde, porque, tal y como le dice su mejor amigo: “soñar hace que la vida sea tolerable”.
En una sociedad como la nuestra que rinde un culto tan exacerbado a los ganadores deportivos, a las estrellas y a los megacracks tipo Slater, Federer, Cristiano, Messi, Woods..., Rudy, reto a la Gloria (1993), constituye una rara avis, un homenaje a esas pequeñas gestas que pasan inadvertidas por los titulares, portadas, nosotros mismos, el propio cine en general y que tienen como protagonista al hombre de a pie, sin más talento o don natural, que la constancia y la lucha incansable. Héroes cuyas hazañas adquieren tal dimensión, que convierten los trofeos de los multimillonarios deportistas profesionales en insignificante chatarra.
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