Cada vez que un deportista que ha dominado durante lustros
una disciplina deportiva se jubila, en
un alarde de ingenio, ocurre siempre lo mismo. Los medios de comunicación, la original
e imaginativa prensa deportiva, primero,
y la dócil masa, después, comienzan con la monserga de si ha sido o no ha sido
el mejor de la historia. Actualmente, con esta fiebre de acrónimos ingleses que nos
invade: que si fulanito de tal ha sido el GOAT (greatest of all time, como si
en el rico castellano no existiesen términos para definir lo mismo: el puto amo
del mundo mundial, el PAMM). Generalmente, esto genera las más belicosas
controversias entre partidarios de unos u otros atletas retirados,
Nadal/Federer; Maradona/Pele; Mohamed Alli/Joe Louis. Muchas de estas luchas
fraticidas intentan ser dirimidas por los propios medios que las generan en
encuestas de opinión cuyos resultados
tienen menos validez que las encuestas electorales que daban ganadora a Kamala
Harris o dan de ganador a Pedro Sánchez.
Últimamente, el grado de demencia de esta frenética
búsqueda desesperada del GOAT por parte de la prensa deportiva y de los
aficionados es tan disparatada, que se establecen comparaciones absurdas entre
deportistas de diferentes modalidades atléticas. Como si el baloncesto pudiera
compararse con el fútbol, el surf con el golf o el pressing Catch con el tenis.
O poniendo ejemplos más personales y
nominativos como si El Enterrador (The Undertaker), ganador de decenas de wrestlemanias
pudiera compararse con Nadal, o Hulk Hogan con Maradona, o Tom Brady con
Michael Phelps. En esta búsqueda ‘santogrialesca’ del GOAT de la historia del
deporte no seré yo quien se pronuncie de manera categórica, pero resulta muy
sintomático que cada vez que alguien quiere resaltar a un amigo o conocido la
importancia de un deportista en una disciplina que desconoce siempre usa la
misma comparativa: es el Michael Jordan del surf, es el Michael del golf, etc…
Para bien o para mal, Michael Jordan sólo ha habido y habrá
uno. Michael Jordan ha sido un gran referente, para muchas personas, en el
baloncesto y en los negocios. No sólo para los aficionados, sino también
para muchos otros deportistas que como él han sido los putos amos de su actividad
física. Estos cracks siguen la biografía de M.J. con la misma rigurosidad que
un manual de instrucciones o una carta náutica, o con la que un mormón lee la
Biblia. El auténtico problema de estos otros
GOAT viene cuando intentan trasladar o
proyectar toda su brillantez, creatividad, espíritu de lucha, capacidad
ganadora y gen competitivo en los deportes fuera de las disciplinas que han
dominado con puño de hierro. Como si meter una pelotita en un hoyo te asegurase
ser un tiburón de los negocios.
En el mundo del surf también tenemos a nuestro o nuestros
GOAT´s. Personas que fueron muy buenas, excelentes, deslizándose por una ola y
que ahora intentan mantener el mismo nivel en un despacho, en una oficina o en
una sala de reuniones. Gente que cree
que por ser el GOAT del surf puede ser el Michael Jordan de los negocios. Gente que cree que el caso de Michael Jordan y
Nike es extrapolable al negocio del surf y que las tablas son zapatillas
deportivas. Cosa que no es así por múltiples razones, en las que no voy a
entrar por puro cansancio. Razones que posiblemente al común de los mortales se
le escapan, pero que surfistas que han
competido durante lustros, que han conocido la importancia de tener buenas
tablas, de contar con los diseños de un shaper de cabecera que ha entendido a la perfección sus
necesidades, que se ha adaptado a sus exigencias y reivindicaciones, deberían
conocer.
Bautizar con tu nombre, con el increíble atractivo que tiene
esto sobre los nuevos practicantes, tablas procesadas en el sudeste asiático
donde las políticas medioambientales, los derechos de los trabajadores no son como los de Occidente, supone una estocada mortal a la vulnerable red
local de pequeños talleres de shapers, que obviamente no pueden competir en
precio ni tiempo invertido en fabricación de cada tabla con Asia. Es apoyar la
deslocalización de la producción de las tablas de surf, como en su día pasó con
las zapatillas y las prendas deportivas y con casi todo susceptible a ser
producido en cadena. Algo a lo que no contribuyeron Michael Jordan ni ninguno
de los deportistas que firmaron
contratos con los grandes gigantes textiles, sino que respondieron a decisiones
empresariales de las propias marcas, a los ambiciosos consejos de
administración de estas en su
búsqueda incesante de beneficios.
La idea de que un surfer ceda o plasme su nombre sobre una
tabla de surf no es en absoluto un negocio novedoso. Vamos que no te van a dar
el premio de empresario del año por ello. Dora ( Da Cat), Nat Young, Greg Noll
(el toro), Corky Carroll, el gran Ben Aipa, Mark Richards... La historia del
surf y del shape está trufado de decenas de ejemplos de campeones que tienen o
tuvieron tablas con su nombre y no tiene nada de malo. Los deportistas una vez
que se retiran tienen el completo derecho de ganarse la vida de forma digna y
desahogada. Algunos campeones
simplemente se limitaban a ceder su
identidad, recibir el cheque, y ni
diseñaban ni participaban siquiera en ninguna de las fases de fabricación de
sus tablas. Otros, en un ejemplo de honestidad, se hicieron shapers de sus
propias tablas. Quisieron controlar hasta el final y último detalle el
resultado de aquello a lo que habían transferido su nombre. Se mancharon sus
manos, sus caras, su pelo y se jodieron
muchas veces las manos y los pulmones respirando
el polvillo blanco que sale de las tablas de foam cuando pasas el cepillo, el
taco de lija una y otra vez… Invirtieron horas y horas de su tiempo, se lo
quitaron a baños, a surfaris, en idear nuevos diseños, nuevas tablas de las que
los surfistas de todo el mundo se beneficiaron…
Michael Jordan fue un
pionero con las zapatillas, no por ceder su nombre. Larry Bird, Magic Johnson
ya lo habían hecho antes con Converse. Jordan fue pionero en, aparte de recibir
una cantidad fija, recibir un tanto por ciento de cada zapatilla vendida. En el
sentido de las tablas, y siguiendo con este paralelismo, está claro. ¿Quién te
puede pagar más, quien te puede dar un cheque más jugoso, un taller de tablas
local o un gigante asiático que fabrica tablas de surf como zapatillas y puede
exportar contenedores y contenedores con los que inundar el cada día más grande
y floreciente mercado de tablas de surf mundial? Gigantes que pueden poner sus
tablas en cualquier boutique o escuela de surf del mundo, que dado su escaso
precio de fabricación, pueden hacer frente a los aranceles, tasas e impuestos
sin que su precio final se resienta y sigan siendo competitivas con las que se
fabrican a escasos kilómetros del punto de venta. Siguiendo con este umbral de
rentabilidad, ¿quién puede generar más beneficio a un GOAT, un taller de
California, Hawaii o Cantabria del que salen cien tablas al mes o uno del que
salen miles? Ya si te dan un tanto por ciento de cada tabla que lleva tu nombre
que se vende, la respuesta está clara.
Esto no es ni mucho menos un alegato anticapitalista, anti
economía de mercado. Tampoco un manifiesto a favor de una economía
proteccionista y arancelaria de tipo trumpista . Esto es una llamada a la
cordura tanto de los empresarios como de los compradores. Cuando se monta un
negocio se busca encontrar una rentabilidad, un beneficio... Este fin completamente lícito no debería
justificar cualquier medio. Si con nuestra política empresarial contribuimos a
la destrucción de cientos de puestos de trabajo, a la eliminación sistemática
de la historia y la tradición de nuestro propio deporte, al cierre de talleres
que son parte de la historia del surf, al despido de personas, a la sustitución
de un mercado atomizado, formado por pequeños y medianos fabricantes, sin mucho
músculo financiero, por otro de tipo monopolista u oligopolio con un par de
grandes gigantes… Al menos deberíamos
pararnos a preguntarnos unos segundos si nuestra política empresarial es la más
acertada o si la persona a la que admiramos deportivamente deberíamos hacerlo
también a nivel económico. Porque esta responsabilidad también vale para los compradores. Hay que
recapacitar y responsabilizarnos de nuestras decisiones y de las consecuencias
de estas. Como decía Sartre: la única libertad posible es la libertad con responsabilidad.
Somos los responsables de lo que hacemos, de lo que compramos y por supuesto de
lo que ponemos nuestro nombre.
Sin salir del tema, la Surf Rider Foundation se posicionó,
en su día, en contra de las piscinas de olas, pues consideró y considera que “los beneficios recreativos no superan
los impactos medioambientales”. Fue sin duda una decisión valiente y no
sencilla, pues supuso enfrentarse a muchos
e importantes intereses económicos dentro del surf y a decenas y miles
de surfistas amorales que consideran que en su búsqueda incesante de olas cada
vez más perfectas todo vale.
Un posicionamiento en contra que la ONG lo razona de la siguiente manera:
“La construcción implica destruir áreas naturales en favor
de una piscina, el estacionamiento y los caminos que llevan a ella, al mismo
tiempo que va en detrimento de la biodiversidad.
Su funcionamiento implica un gran consumo de agua, dado que
las piscinas contienen desde 25 a 35.000m3 de agua (el equivalente a 10-14
piscinas olímpicas), algo que consideran
"innecesario e irresponsable en el contexto actual de cambio
climático".
Del mismo modo, necesitan también una gran cantidad de
energía. Cogiendo como ejemplo la tecnología American Wave Machine de Waco
(Texas), gasta 450kW (equivalente al consumo medio de 800 hogares franceses)”.
El caso de las piscinas de olas es el mismo que el de las
tablas. Tanto empresarios-fabricantes de tablas y de piscinas como potenciales
compradores y usuarios de las mismas debemos ser consecuentes y responsables de
nuestros actos y de sus consecuencias. Sabedores que con nuestras acciones y
decisiones no sólo disfrutamos de tablas o de olas, sino que contribuimos a
construir o destruir una radiografía de mercado o de economía local o a un
determinado paisaje o estado de salud del medio ambiente.
El ser humano tiende
por naturaleza a la emulación y admiración de sus semejantes, pero esto no
debería suponer un cheque en blanco, o un crédito incondicional e ilimitado, y
lo mismo que alguien puede ser el GOAT de su deporte, si sus acciones fuera de
los escenarios deportivos no están a la altura de sus hazañas y gestas
atléticas, corre el peligro de considerarse una persona no grata para sus fans.
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