Imagen más o menos actual de Manel Fiochi. |
Tal y como vimos, en la primera parte de su entrevista, Manel Fiochi (Santander. 1950) tuvo un
papel clave en la evolución del surfing en España, trayendo aquella primera
tabla corta a Santander, procedente de Francia. En esta segunda entrega, Manel nos
relata lo que supuso aquella tabla para su generación, la llegada del invento,
el descubrimiento de spots hoy en día archiconocidos como Los Locos, o su famoso
viaje a Inglaterra de 1969, en el que dio a conocer al extranjero las tablas
que ya se hacían en Cantabria y en el que posiblemente se convirtió en el
primer español en competir en un torneo internacional… Pinceladas de una
biografía de toda una personalidad en el mundo del surf, que, a menudo, no ha
sido valorada en su justa medida; pero que es un Actor principal y con
mayúsculas de una historia que, sin él, no habría sido la misma.
-Descubriste Santa
Marina, fuiste de los primeros cántabros en surfear en Mundaka, en Rodiles…
Puede decirse, por tanto, que eres un pionero en olas grandes… ¿Cuál crees que
era y es la clave para enfrentarse a este tipo de condiciones extremas?
-Indudablemente saber nadar bien y defenderte en el agua.
Esta es una condición que cumplíamos a rajatabla todos los que más tarde fuimos
surfers, el grupo de amigos; tanto mis hermanos, como Carlos Beraza o Merodio.
Todos nosotros veníamos de la natación y estábamos familiarizados con el agua a
nivel de competición. La seguridad que teníamos en el medio fue la que nos
permitió hacer surf.
-En aquella época, supongo
que no habría quiver y tendrías una única tabla para todo tipo de olas…
-Al principio de todo no teníamos tablas. Mi hermano Jesús,
bastante tiempo antes de traer su famosa tabla roja, la que vino en el autobús
del Racing, aprovechando que mi padre era directivo, trajo también de Biarritz,
a donde iba todos los veranos, otra tabla de madera; pero era para coger las
olas tumbado, como lo que ahora llaman body board. Las cogíamos sin usar
aletas. Con este tipo de tabla nos empezamos a desenvolver en el agua con la
característica nueva de coger las olas, que no se nos había ocurrido hasta
entonces. Luego, sólo él (Jesús) tenía tabla. En aquella época, era tan
importante el ver tablas, ver lo que no teníamos aquí, que cada vez que venía
un pobre guiri, no hacíamos más que seguirle a ver si conseguíamos saber un
poco más, comprarle una tabla, incluso un trozo de parafina. Luego, ya se
empezaron a fabricar aquí unos ‘engendros’ de tablas, comparándolos con lo que
hay ahora. Empezó Merodio, luego Zalo… Poco a poco, surgieron verdaderos expertos en el arte de
shapear, pero el proceso de evolución fue bastante lento; tanto es así, que, al
principio, las tablas fabricadas aquí no daban la talla, comparadas con las de
fuera, que tenían un aspecto impecable. A las de aquí yo veía que les faltaba
algo. ¿Qué les faltaba? En primer lugar, materiales adecuados. En segundo y
tercer lugar, un mínimo de calidad de los mismos, en cuanto a las fibras, el
poliéster, los colorantes para el poliéster... Luego, se nos ocurrió pintar los
blanks, ya que no teníamos colorantes para los poliésters; para que las tablas no
salieran siempre blancas y también las hubiera de colores. Era tanta la
desinformación que teníamos, que uno de los veranos que pasaba en Biarritz, vi
al señor Barland cómo hacía el acabado a sus tablas, pasándoles una espátula,
una vez puesta la fibra de vidrio y
puesto el poliéster, y, al volver a casa, les dije a estos ‘oye, que he
visto a Barland allí pasando una espátula y parece que es bastante bueno, va a
quedar bastante mejor”. Es curioso, pero hasta entonces no se nos había
ocurrido. Con el tiempo, empezaron a tener opción a materiales buenos o
parecidos a los que tenían los shapers extranjeros y se llegaron a fabricar
unas tablas realmente competitivas. El mejor ejemplo de ello lo tuve en mi
famoso viaje a Inglaterra del año 69-70, en el que fui completamente solo con
18 años. Para la ocasión, Carlos Beraza y José Manuel Merodio me fabricaron una
tabla expresamente para mí para que la llevara y, de paso, enseñara las cosas
que se hacían aquí. Al principio, parecía que la tabla no causó mucho interés.
Mi amigo Tim Heyland, dueño de Tiky Surfboards, que hoy en día es el fabricante
de tablas más importante de Europa, no sé si por ser demasiado orgulloso, no me
decía “joder, vaya tabla más bonita que tienes” o “fabricáis buenas tablas en
Santander”… No, callado como una tumba. Sin embargo, al día siguiente, en el
jardín donde yo vivía, me lo encontré, a los ocho de la mañana, midiendo la
tabla, haciendo plantillas (sonríe). Parece ser que, aunque no lo reconociera,
valoraba las tablas que hacíamos en Santander.
Jesús y Manel Fiochi, probablemente en un campeonato. |
-¿Cuál es a tu juicio
el secreto para seguir surfeando cincuenta años después?
-En mi caso no tiene mucho secreto, porque surfeo más bien
poco últimamente por culpa de la masificación, porque muchas veces llego al
aparcamiento, no hay sitio, y me pregunto ‘¡Coño!, si no se puede ni aparcar, ¿Qué
hago yo aquí?’. La verdad es que, con tanta aglomeración, te desilusionas un
poco. Por eso, cada vez cojo menos olas, al contrario que mi hermano Jesús, que,
posiblemente, mañana a las siete de la mañana, si sopla noroeste y hay olas muy
buenas, esté en Laredo a primera hora. Lo que sí procuro es más o menos estar
en forma; cojo bastante bicicleta, voy todos los días al gimnasio... Aunque no
vaya a surfear, todos los días miro las condiciones, la tabla de mareas, el
coeficiente…; en definitiva, cómo está el asunto. Muchos de mis amigos siguen
en activo y tengo que decir que yo también me estoy animando y creo que pronto
me voy a dedicar a coger olas todos los días. Además, es como todo: en cuanto
coges olas todos los días, parece que no puedes vivir sin ello; y cuando llevas
mucho tiempo sin hacerlo (sonríe),
parece que cuesta muchísimo hacerlo un día.
-Nos has hablado de
dos tablas ya famosas en la historia del surfing en España, la mítica tabla
Barland roja de tu hermano Jesús, la que vino en el autobús del Racing, y la Avidesa de tu hermano Rafa
(leer parte I), pero ¿has tenido alguna tabla tuya que recuerdes con especial
cariño?
-Sin duda, la tabla a la que más cariño he tenido ha sido a
una azul clara, preciosa, que me hizo Barland a la medida. Aquella tabla, que
traje de Francia, fue la primera tabla corta que hubo aquí y, en su momento, me
sirvió para mucho. No sólo a mí, sino a mucha gente, a la que se la dejaba, y
se dio cuenta de lo que eran ese tipo de tablas, que permitían una nueva forma
de coger las olas. Creo que fue un hito el haberla traído aquí en ese momento. Después
es como todo. Con las tablas pasa como
con los coches. Disfrutabas más con el SEAT 600 a los 18 años, que con el
Porsche a los sesenta.
-Aquella tabla tuya
corta cambió para siempre la forma de deslizarse, las maniobras, pero otro
acontecimiento, como la llegada del leash, lo que aquí llamamos ‘invento’, también
tuvo su trascendencia…
Manel, con el brasileño Alexis. |
-Yo recuerdo, y haría falta que los demás lo corroborasen,
que, en un campeonato internacional en Hossegor, llegaron unos tahitianos con
este sistema que hacía que, cuando te caías, no tuvieras que ir hasta la orilla
a por la tabla. En los campeonatos, al ser el tiempo limitado, fue muy
importante, vital. Yo me hice de uno de estos artilugios, que luego se
llamarían inventos, y yendo a Somo, en Pedreñera, a un campeonato, creo que le
dije a Zalo Campa a ver si me lo podía poner; y me lo puso y me vino muy bien.
No sé si fui yo el primero o no lo fui, creo que sí, pero si ahora sale otro
diciendo “no, no, que fui yo el primero”, para ti la perra gorda.
-¿Y qué implicación
tuvo a la hora de surfear ‘el invento’?
-En contra de lo que se pueda creer la gente, en teoría, sin
invento, sería mejor. Te sientes más libre. Para nosotros al principio era muy
incómodo el hecho de tener amarrado algo, máxime cuando nunca lo habíamos
tenido. Era como si de repente te hubiesen amarrado una bola de presidiario y
echases a andar. Por una parte, era como una bola de presidiario, pero, por la
otra, te ahorraba mucho tiempo en ir a buscar la tabla a la orilla, cuando me
caía. Y nos caíamos muchas veces (sonríe).
Las ventajas de la masificación
-¿Hay algún aspecto
del surf que, por mucho tiempo que pase, no consigas tragar?
-Tengo un mecanismo, no sé si de defensa, de olvidar las
cosas malas de forma natural. Tal vez negativo sería la masificación; pero tal
vez esto sea culpa de estar demasiado bien acostumbrado. La suerte que teníamos
entonces de ser los únicos que cogían olas y que hubiera tan pocos obstáculos. En
aquella época, que la gente te gritara por coger una ola era impensable. De
siempre me ha dado pena, rabia el estar cogiendo una ola en mi localidad, en
Santander, y que hubiera tanta lucha. Y luego cuando vas fuera, el problema con
los locales, que en alguna ocasión, a amigos míos les hayan pinchado las ruedas
para que no volvieran. Es muy importante en la vida saber ver el lado bueno de
lo malo, y la masificación también trae cosas positivas. La cantidad de
fabricantes que no había antes (en mis tiempos teníamos que ir detrás de los
guiris para pedirles un trozo de parafina, o hacernos nuestras propias tablas),
las tiendas de surf que hay a nuestro alrededor. Este fenómeno positivo también
tiene que ver con el auge, que aunque tenga inconvenientes también tiene
ventajas.
-Has sido un surfer
de competición y de ocio, ¿con cuál de las dos modalidades te quedas?
-En principio, al surfista le gusta disfrutar de las olas y
de la naturaleza, pero también se disfruta mucho del surfing en competición,
sobre todo cuando ganas (ríe).
-Alguna anécdota en
algún torneo…
Jesús y Manel, historia del surfing en España. |
-Me acuerdo en uno que me picó un pez escorpión, el cual debía
de ser bastante grande, a juzgar por lo mucho que me dolía. Como no había otra
cosa para mitigar el dolor, me puse a saltar por el suelo de cemento que iba
paralelo a la playa, por lo menos una hora, hasta que tuve que entrar a
competir en mi manga. Creo que he sido también de los primeros españoles en
competir en un torneo internacional, fue por iniciativa de Tim Heyland, de
Tiki. Aquel día tampoco estaban las olas demasiado
bien, me tocó con un australiano y no debí quedar demasiado bien, porque como
ya he dicho, las cosas malas de mi vida las voy olvidando según ocurren.
-¿Cómo eran vuestros
primeros surfaris?
-Para mí el verdadero significado de la palabra surfari es
viajar a ninguna parte, buscando la ola perfecta, en algún lugar que nadie
antes haya surfeado. De ahí, que, cuando empezamos, a todo le llamásemos
surfari. Surfari era esperar que hubiera olas en El Sardinero y luego ir hasta
allí andando, aunque fuera invierno, desde casa. No teníamos ni escarpines.
Luego, surfari era descubrir, mediante la pura observación, spots mucho más
importantes que El Sardinero, en donde entraba la mar mucho más de frente y
podías coger olas mucho más grandes. Este era el caso de Liencres y Somo. En
esta labor, resultó providencial el papel de mi hermano Jesús, que nos llevaba
con su coche. Luego, he estado muchísimo en Biarritz, Inglaterra, Marruecos y
para de contar. Me he convertido en un animal doméstico, de andar por casa.
-Ya nos has contado
cómo Beraza, Merodio y tú descubristeis Somo y Santa Marina. ¿Podrías hablar
del descubrimiento de otros spots?
-Me viene a la cabeza Los Locos. Se descubrió como ocurre
muchas veces de forma completamente casual. Fue un día en que llegaron a mi
casa unos americanos que habían estado trabajando en un hotel. En aquella época
en España y en el resto de Europa, te encontrabas a muchos americanos huyendo
de la guerra de Vietnam. Estos
americanos traían un todoterreno militar que llamaba mucho la atención. Nos
vimos en la obligación de tratarles lo mejor posible para ver si llegábamos a
un acuerdo con ellos, pues tenían tablas y material. Se nos ocurrió, por movernos un poco, ir de surfari a Suances.
Fuimos mis hermanos, Jesús y Rafa, Merodio, Carlos y estos chicos. Ese día
descubrimos que había una playa ( Los Locos) que estaba protegida del viento
predominante, que era el nordeste, que nos fastidiaba todas las olas, y allí,
sin embargo, no molestaba en absoluto. Y así lo descubrimos. Luego descubrimos otros sitios cercanos (Cuchía
y La Tablía),
pero lo realmente curioso de estos dos sitios es que no volvimos a ir, cogimos
olas un par de días, y aunque creímos que volveríamos con asiduidad, ya solo
iríamos a Los Locos, donde cogimos muy buenas olas.
-Visto con la
perspectiva del tiempo y como ‘animal doméstico de surfear por casa’, ¿cuál es
tu playa de Cantabria favorita para hacer surf?
-Te diría que a lo largo de mi vida me quedaría con Somo,
pero en la actualidad te diré que Liencres, por el hecho de tener una ría. Las
rías son el denominador común de los mejores spots europeos. Las rías hacen que
Rodiles sea Rodiles y que Mundaka sea Mundaka. Las rías dan esa profundidad,
ahondamiento o fondos adecuados y necesarios para que rompan esas olas grandes
que a lo largo de mi vida me han gustado tanto.
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