Manel Fiochi es uno de esos personajes que a un periodista
(escrito) o historiador le genera emociones encontradas. Por un lado, su
condición de surfista en la década de los sesenta, de viajero accidental a
Francia, cuando allí gracias a los australianos se fijaban las bases del surf
moderno en el Viejo Continente, de introductor de la primera tabla corta y de
un surfing más dinámico y fluido y con nuevas maniobras en Cantabria y por extensión en España, de codescubridor de Santa
Marina…, hace que te frotes las manos
con la entrevista que puedes sacar; pero por otro lado, también te topas con la
otra realidad de Manel; su poca
previsión, o nulo interés, a la hora de conservar archivos, fotografías o
recuerdos de aquella época. Todo esto, en un mundo donde le damos a la imagen
un poder tan predominante, yo incluso diría que, con la llegada de Internet,
excesivo, provoca que tu trabajo quede de alguna forma asimétrico e incompleto
y, por qué no decirlo, que te cueste una barbaridad colocarlo en unas revistas
o medios que muchas veces se preocupan más de que la historia tenga un
abundante material gráfico, que de la calidad informativa o literaria de la
misma.
Todo esto me ha hecho
reflexionar en profundidad sobre los mecanismos que funcionan a la hora de
escribir la historia y si estos son justos. Como no soy historiador no sé si
estos parámetros funcionarán en
cualquier acontecimiento histórico al que te aproximes; pero sí que me
he percatado que en la historia del surfing sí que han funcionado y en exceso.
Muchas veces me ha dado la sensación de que muchos surfistas han sido obviados,
olvidados, silenciados simplemente por el hecho de no haberse dedicado a
registrar sus jornadas de surf, sus baños, por no haber atesorado material o
cualquier documento gráfico de la época. Por haber tirado sus viejas tablas o
trajes de neopreno. Estaban más centrados en coger olas, en avanzar y en descubrir
en un deporte emergente del que poco o nada se sabía, que de hacerse fotos y
archivarlas. Hay gente que es así, que cuando viaja o es la primera comunión de
su hijo, la boda de la hermana, está más centrada en disfrutar, en estar con
los cinco sentidos puestos en lo que tiene delante. Otros, en cambio,
poseedores de un instinto coleccionista, registrador y notarial han supuesto
una auténtica mina para los periodistas e historiadores y además han tenido un
papel fundamental a la hora de escribir la historia, pues se ha dejado en sus
manos, su cabeza y en su material la enorme responsabilidad de escribir o
reescribir la historia.
Supongo que me dirán
que la historia es una ciencia y que aplica un método que no deja lugar al
sentimentalismo ni a las emociones, pues es objetivo e imparcial; pero también
es cierto que cuando nos acercamos a un objeto de estudio no podemos pasar por
alto las propias características particulares del mismo y parece que es aquí
donde se nos olvida la propia naturaleza del surfing y más en sus
orígenes. Su carácter a menudo
individualista y solitario... Y si me apuras, hasta maldito. Podemos pensar que el surf siempre ha sido un
deporte mayoritario y masivo, pero muchas de las gestas que ahora son objeto de
estudio se realizaron en soledad, sin más testigo que los arenales, las
gaviotas y las rocas. Con estas premisas, ¿qué posibilidad tiene un surfista solitario y rebelde de
demostrar que fue el primero en meterse en tal o cual pico? Pocas, por no decir que ninguna.
Esto que pasa con Manel supongo que pasa con muchos otros surfistas a los que no conozco personalmente. Cada evento, cada homenaje, cada libro satisface a muchos protagonistas, familiares y amigos, que se ven reconocidos; pero también enfada, llena de rabia y de tristeza a muchos otros, que ven que son obviados, olvidados o cuya presencia no tiene el peso específico que creen que se merecen. Comprendo a los autores y comprendo a los indignados, pero para mí el surfing no es como otro deporte ni como cualquier otro hecho histórico, y los surfistas pioneros no son personajes históricos, como lo pueden ser Winston Churchill, JFK, Nelson Mandela o Hitler; para mí son leyendas, mitos, y como tal los considero y los trato.
Hay algo más poderoso
y fuerte que la piedra o el bronce de los monumentos, de las placas, que los
libros y los periódicos que se acumulan durante lustros en estantes y
bibliotecas; algo que dura mucho más tiempo; este algo es el boca a boca, la
transmisión oral de historias que se hace entre surfistas a través de los
tiempos y de las generaciones. Las anécdotas que se cuentan en los
aparcamientos de la playa, en la orilla o en el pico. Cuando alguien consigue
esto ha llegado a una categoría o a un nivel que poco o nada importa que salgas
o no en un libro. Un surfista de leyenda debe estar en la playa, en el recuerdo y en la
memoria de los surfistas que tomaron su relevo y que hoy como ayer se la juegan
deslizándose por las rompientes que descubrieron.Esto que pasa con Manel supongo que pasa con muchos otros surfistas a los que no conozco personalmente. Cada evento, cada homenaje, cada libro satisface a muchos protagonistas, familiares y amigos, que se ven reconocidos; pero también enfada, llena de rabia y de tristeza a muchos otros, que ven que son obviados, olvidados o cuya presencia no tiene el peso específico que creen que se merecen. Comprendo a los autores y comprendo a los indignados, pero para mí el surfing no es como otro deporte ni como cualquier otro hecho histórico, y los surfistas pioneros no son personajes históricos, como lo pueden ser Winston Churchill, JFK, Nelson Mandela o Hitler; para mí son leyendas, mitos, y como tal los considero y los trato.
Uno de estos
recuerdos, una de estas transmisiones orales la compartió conmigo el pintor
español afincado en California, Antonio Gómez Bueno. En el chiringuito de Los
Locos, el artista recordaba el surfing de Manel Fiochi para una entrevista que
realicé para 3sesenta; un artículo que estuvo a punto de no ver la luz por qué
no disponíamos de suficiente material gráfico, pero que finalmente pudo salir.
“A mediados de los 70, el surfing que veíamos
en Los Locos era un poco rígido la mayoría de las veces; había gente que cogía
las olas, pero iban donde les llevaba la tabla… También te tienes que imaginar
qué tablas eran aquellas, y sin invento y aquellos trajes... Todo influye… Y
que no había videos y a la gente se le tenían que ocurrir las cosas. Ahora
aprenden viendo, desde el primer día ya sabes lo que hay que hacer... Recuerdo
perfectamente que de todos los surfers que pasaban por Los Locos Manel Fiochi
era de los más destacados, como si hubiera llegado de otro planeta […]. Manel
era puro estilo, siempre bien colocado en la ola, sacando el máximo partido a
lo que la ola ofrecía. Manel siempre leía bien las olas, no hacía un giro de
más, pero cuando hacía uno, lo clavaba, además siempre iba a toda pastilla. Muy
elegante y poderoso a la vez. Iba muy bien a contramano, que era una rareza.
Una ola típica podría ser un late drop, bottom turn brutal, colocado en la
pared, poner las manos en la espalda y esperar a que el labio le tapase, salir
del tubo hacer un cut back y salirse de la ola... Una especie de Gerry López
cántabro, con influencias de un Rob Machado (que aún no había nacido...) Al
verle surfear te dabas cuenta que estaba conectado con el cosmos, que sabía
cuál era su lugar en la inmensidad del universo, que sentía cuando Orión
entraba en Sagitario, que surfeaba para
recargar su energía cósmica”.
Cuando pienso en
Manel Fiochi y hablo a la gente de él siempre me acuerdo de esta frase. Una
frase que será muy difícil que tenga cabida en un libro de historia, pues no
poseemos vídeos, o documentos historiográficos que la sustenten, pero es la que
le contaré a mi hijo y la que espero que mi hijo le cuente a sus amigos…http://surfordieoflaughter.blogspot.com/2013/11/manel-fiochi-los-locales-les-diria-que.HTML
http://surfordieoflaughter.blogspot.com/2013/12/entrevista-manel-fiochi-parte-ii.html
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