domingo, 22 de diciembre de 2013

Entrevista a Manel Fiochi Parte II




Imagen más o menos actual de Manel Fiochi.
Tal y como vimos, en la primera parte de su entrevista, Manel Fiochi (Santander. 1950) tuvo un papel clave en la evolución del surfing en España, trayendo aquella primera tabla corta a Santander, procedente de Francia. En esta segunda entrega, Manel nos relata lo que supuso aquella tabla para su generación, la llegada del invento, el descubrimiento de spots hoy en día archiconocidos como Los Locos, o su famoso viaje a Inglaterra de 1969, en el que dio a conocer al extranjero las tablas que ya se hacían en Cantabria y en el que posiblemente se convirtió en el primer español en competir en un torneo internacional… Pinceladas de una biografía de toda una personalidad en el mundo del surf, que, a menudo, no ha sido valorada en su justa medida; pero que es un Actor principal y con mayúsculas de una historia que, sin él, no habría sido la misma.
-Descubriste Santa Marina, fuiste de los primeros cántabros en surfear en Mundaka, en Rodiles… Puede decirse, por tanto, que eres un pionero en olas grandes… ¿Cuál crees que era y es la clave para enfrentarse a este tipo de condiciones extremas?
-Indudablemente saber nadar bien y defenderte en el agua. Esta es una condición que cumplíamos a rajatabla todos los que más tarde fuimos surfers, el grupo de amigos; tanto mis hermanos, como Carlos Beraza o Merodio. Todos nosotros veníamos de la natación y estábamos familiarizados con el agua a nivel de competición. La seguridad que teníamos en el medio fue la que nos permitió hacer surf.
-En aquella época, supongo que no habría quiver y tendrías una única tabla para todo tipo de olas…
-Al principio de todo no teníamos tablas. Mi hermano Jesús, bastante tiempo antes de traer su famosa tabla roja, la que vino en el autobús del Racing, aprovechando que mi padre era directivo, trajo también de Biarritz, a donde iba todos los veranos, otra tabla de madera; pero era para coger las olas tumbado, como lo que ahora llaman body board. Las cogíamos sin usar aletas. Con este tipo de tabla nos empezamos a desenvolver en el agua con la característica nueva de coger las olas, que no se nos había ocurrido hasta entonces. Luego, sólo él (Jesús) tenía tabla. En aquella época, era tan importante el ver tablas, ver lo que no teníamos aquí, que cada vez que venía un pobre guiri, no hacíamos más que seguirle a ver si conseguíamos saber un poco más, comprarle una tabla, incluso un trozo de parafina. Luego, ya se empezaron a fabricar aquí unos ‘engendros’ de tablas, comparándolos con lo que hay ahora. Empezó Merodio, luego Zalo… Poco a poco,  surgieron verdaderos expertos en el arte de shapear, pero el proceso de evolución fue bastante lento; tanto es así, que, al principio, las tablas fabricadas aquí no daban la talla, comparadas con las de fuera, que tenían un aspecto impecable. A las de aquí yo veía que les faltaba algo. ¿Qué les faltaba? En primer lugar, materiales adecuados. En segundo y tercer lugar, un mínimo de calidad de los mismos, en cuanto a las fibras, el poliéster, los colorantes para el poliéster... Luego, se nos ocurrió pintar los blanks, ya que no teníamos colorantes para los poliésters; para que las tablas no salieran siempre blancas y también las hubiera de colores. Era tanta la desinformación que teníamos, que uno de los veranos que pasaba en Biarritz, vi al señor Barland cómo hacía el acabado a sus tablas, pasándoles una espátula, una vez puesta la fibra de vidrio y  puesto el poliéster, y, al volver a casa, les dije a estos ‘oye, que he visto a Barland allí pasando una espátula y parece que es bastante bueno, va a quedar bastante mejor”. Es curioso, pero hasta entonces no se nos había ocurrido. Con el tiempo, empezaron a tener opción a materiales buenos o parecidos a los que tenían los shapers extranjeros y se llegaron a fabricar unas tablas realmente competitivas. El mejor ejemplo de ello lo tuve en mi famoso viaje a Inglaterra del año 69-70, en el que fui completamente solo con 18 años. Para la ocasión, Carlos Beraza y José Manuel Merodio me fabricaron una tabla expresamente para mí para que la llevara y, de paso, enseñara las cosas que se hacían aquí. Al principio, parecía que la tabla no causó mucho interés. Mi amigo Tim Heyland, dueño de Tiky Surfboards, que hoy en día es el fabricante de tablas más importante de Europa, no sé si por ser demasiado orgulloso, no me decía “joder, vaya tabla más bonita que tienes” o “fabricáis buenas tablas en Santander”… No, callado como una tumba. Sin embargo, al día siguiente, en el jardín donde yo vivía, me lo encontré, a los ocho de la mañana, midiendo la tabla, haciendo plantillas (sonríe). Parece ser que, aunque no lo reconociera, valoraba las tablas que hacíamos en Santander.
Jesús y Manel Fiochi, probablemente en un campeonato.

-¿Cuál es a tu juicio el secreto para seguir surfeando cincuenta años después?
-En mi caso no tiene mucho secreto, porque surfeo más bien poco últimamente por culpa de la masificación, porque muchas veces llego al aparcamiento, no hay sitio, y me pregunto ‘¡Coño!, si no se puede ni aparcar, ¿Qué hago yo aquí?’. La verdad es que, con tanta aglomeración, te desilusionas un poco. Por eso, cada vez cojo menos olas, al contrario que mi hermano Jesús, que, posiblemente, mañana a las siete de la mañana, si sopla noroeste y hay olas muy buenas, esté en Laredo a primera hora. Lo que sí procuro es más o menos estar en forma; cojo bastante bicicleta, voy todos los días al gimnasio... Aunque no vaya a surfear, todos los días miro las condiciones, la tabla de mareas, el coeficiente…; en definitiva, cómo está el asunto. Muchos de mis amigos siguen en activo y tengo que decir que yo también me estoy animando y creo que pronto me voy a dedicar a coger olas todos los días. Además, es como todo: en cuanto coges olas todos los días, parece que no puedes vivir sin ello; y cuando llevas mucho tiempo sin hacerlo  (sonríe), parece que cuesta muchísimo hacerlo un día.
-Nos has hablado de dos tablas ya famosas en la historia del surfing en España, la mítica tabla Barland roja de tu hermano Jesús, la que vino en el autobús del Racing, y la Avidesa de tu hermano Rafa (leer parte I), pero ¿has tenido alguna tabla tuya que recuerdes con especial cariño?
-Sin duda, la tabla a la que más cariño he tenido ha sido a una azul clara, preciosa, que me hizo Barland a la medida. Aquella tabla, que traje de Francia, fue la primera tabla corta que hubo aquí y, en su momento, me sirvió para mucho. No sólo a mí, sino a mucha gente, a la que se la dejaba, y se dio cuenta de lo que eran ese tipo de tablas, que permitían una nueva forma de coger las olas. Creo que fue un hito el haberla traído aquí en ese momento. Después es como todo.  Con las tablas pasa como con los coches. Disfrutabas más con el SEAT 600 a los 18 años, que con el Porsche a los sesenta.

-Aquella tabla tuya corta cambió para siempre la forma de deslizarse, las maniobras, pero otro acontecimiento, como la llegada del leash, lo que aquí llamamos ‘invento’, también tuvo su trascendencia…
Manel, con el brasileño Alexis.
-Yo recuerdo, y haría falta que los demás lo corroborasen, que, en un campeonato internacional en Hossegor, llegaron unos tahitianos con este sistema que hacía que, cuando te caías, no tuvieras que ir hasta la orilla a por la tabla. En los campeonatos, al ser el tiempo limitado, fue muy importante, vital. Yo me hice de uno de estos artilugios, que luego se llamarían inventos, y yendo a Somo, en Pedreñera, a un campeonato, creo que le dije a Zalo Campa a ver si me lo podía poner; y me lo puso y me vino muy bien. No sé si fui yo el primero o no lo fui, creo que sí, pero si ahora sale otro diciendo “no, no, que fui yo el primero”, para ti la perra gorda.
-¿Y qué implicación tuvo a la hora de surfear ‘el invento’?
-En contra de lo que se pueda creer la gente, en teoría, sin invento, sería mejor. Te sientes más libre. Para nosotros al principio era muy incómodo el hecho de tener amarrado algo, máxime cuando nunca lo habíamos tenido. Era como si de repente te hubiesen amarrado una bola de presidiario y echases a andar. Por una parte, era como una bola de presidiario, pero, por la otra, te ahorraba mucho tiempo en ir a buscar la tabla a la orilla, cuando me caía. Y nos caíamos muchas veces (sonríe).
Las ventajas de la masificación
-¿Hay algún aspecto del surf que, por mucho tiempo que pase, no consigas tragar?
-Tengo un mecanismo, no sé si de defensa, de olvidar las cosas malas de forma natural. Tal vez negativo sería la masificación; pero tal vez esto sea culpa de estar demasiado bien acostumbrado. La suerte que teníamos entonces de ser los únicos que cogían olas y que hubiera tan pocos obstáculos. En aquella época, que la gente te gritara por coger una ola era impensable. De siempre me ha dado pena, rabia el estar cogiendo una ola en mi localidad, en Santander, y que hubiera tanta lucha. Y luego cuando vas fuera, el problema con los locales, que en alguna ocasión, a amigos míos les hayan pinchado las ruedas para que no volvieran. Es muy importante en la vida saber ver el lado bueno de lo malo, y la masificación también trae cosas positivas. La cantidad de fabricantes que no había antes (en mis tiempos teníamos que ir detrás de los guiris para pedirles un trozo de parafina, o hacernos nuestras propias tablas), las tiendas de surf que hay a nuestro alrededor. Este fenómeno positivo también tiene que ver con el auge, que aunque tenga inconvenientes también tiene ventajas.

-Has sido un surfer de competición y de ocio, ¿con cuál de las dos modalidades te quedas?
-En principio, al surfista le gusta disfrutar de las olas y de la naturaleza, pero también se disfruta mucho del surfing en competición, sobre todo cuando ganas (ríe).
-Alguna anécdota en algún torneo…
Jesús y Manel, historia del surfing en España.
-Me acuerdo en uno que me picó un pez escorpión, el cual debía de ser bastante grande, a juzgar por lo mucho que me dolía. Como no había otra cosa para mitigar el dolor, me puse a saltar por el suelo de cemento que iba paralelo a la playa, por lo menos una hora, hasta que tuve que entrar a competir en mi manga. Creo que he sido también de los primeros españoles en competir en un torneo internacional, fue por iniciativa de Tim Heyland, de Tiki. Aquel día tampoco estaban las olas demasiado bien, me tocó con un australiano y no debí quedar demasiado bien, porque como ya he dicho, las cosas malas de mi vida las voy olvidando según ocurren.
-¿Cómo eran vuestros primeros surfaris?
-Para mí el verdadero significado de la palabra surfari es viajar a ninguna parte, buscando la ola perfecta, en algún lugar que nadie antes haya surfeado. De ahí, que, cuando empezamos, a todo le llamásemos surfari. Surfari era esperar que hubiera olas en El Sardinero y luego ir hasta allí andando, aunque fuera invierno, desde casa. No teníamos ni escarpines. Luego, surfari era descubrir, mediante la pura observación, spots mucho más importantes que El Sardinero, en donde entraba la mar mucho más de frente y podías coger olas mucho más grandes. Este era el caso de Liencres y Somo. En esta labor, resultó providencial el papel de mi hermano Jesús, que nos llevaba con su coche. Luego, he estado muchísimo en Biarritz, Inglaterra, Marruecos y para de contar. Me he convertido en un animal doméstico, de andar por casa.
-Ya nos has contado cómo Beraza, Merodio y tú descubristeis Somo y Santa Marina. ¿Podrías hablar del descubrimiento de otros spots?
-Me viene a la cabeza Los Locos. Se descubrió como ocurre muchas veces de forma completamente casual. Fue un día en que llegaron a mi casa unos americanos que habían estado trabajando en un hotel. En aquella época en España y en el resto de Europa, te encontrabas a muchos americanos huyendo de la guerra de  Vietnam. Estos americanos traían un todoterreno militar que llamaba mucho la atención. Nos vimos en la obligación de tratarles lo mejor posible para ver si llegábamos a un acuerdo con ellos, pues tenían tablas y material. Se nos ocurrió, por  movernos un poco, ir de surfari a Suances. Fuimos mis hermanos, Jesús y Rafa, Merodio, Carlos y estos chicos. Ese día descubrimos que había una playa ( Los Locos) que estaba protegida del viento predominante, que era el nordeste, que nos fastidiaba todas las olas, y allí, sin embargo, no molestaba en absoluto. Y así lo descubrimos.  Luego descubrimos otros sitios cercanos (Cuchía y La Tablía), pero lo realmente curioso de estos dos sitios es que no volvimos a ir, cogimos olas un par de días, y aunque creímos que volveríamos con asiduidad, ya solo iríamos a Los Locos, donde cogimos muy buenas olas.
-Visto con la perspectiva del tiempo y como ‘animal doméstico de surfear por casa’, ¿cuál es tu playa de Cantabria favorita para hacer surf?
-Te diría que a lo largo de mi vida me quedaría con Somo, pero en la actualidad te diré que Liencres, por el hecho de tener una ría. Las rías son el denominador común de los mejores spots europeos. Las rías hacen que Rodiles sea Rodiles y que Mundaka sea Mundaka. Las rías dan esa profundidad, ahondamiento o fondos adecuados y necesarios para que rompan esas olas grandes que a lo largo de mi vida me han gustado tanto.

sábado, 30 de noviembre de 2013

Películas del Oeste para días que no apetece 'una mierda' ir a hacer surf

El hombre que mató a Liberty Valance (1962. John Ford): Se ha puesto la primera, pero tal vez se debería haber puesto la última, pues es en este orden en el que tendría que visionarse por cualquier aficionado al género del Oeste que se precie. Si en 1939, John Ford realizaba el prólogo de tan fructífica temática, en cinero sonoro, con La Diligencia, 23 años después, el propio director de origen irlandés firmaba el epílogo con esta obra maestra indiscutible.Casi 25 años en los que el género maduró, cosa que también ocurrió con sus protagonistas y directores, que por ley de vida se hicieron mayores. Paralelamente a este proceso vital, llegaron los Westerns crepusculares, aquellos que abarcan una época de la historia americana más reciente, en la que las leyes, la civilización, el tren,  las leyes de cercamientos de tierra, la agricultura intensiva, la prensa... Los políticos, en definitiva, irrumpen en El antaño salvaje Oeste e imponen su ley. Se pasa del estado de naturaleza del que hablaba Locke a una sociedad política, en la que ya no hay forajidos ni justicieros, todos pagan impuestos y en el que el héroe ya no es el que dispara más rápido sino un licenciado en derecho que se conoce el código penal, la constitución y las leyes de Washington al dedillo. ¡La burocracia al poder! Ya no hay que tener puntería, basta con decir "como no hagas esto o hagas esto otro, te pongo una demanda que te cagas". Si bien Ford se venga diciendo al final que puedes haber traído el ferrocarril, el alcantarillado, la electricidad, hacer pantanos, la corte de justicia, el ayuntamiento, la escuela... pero el mundo siempre te recordará por ser "el hombre que mató a Liberty Valance".
Raíces profundas (1953. George Stevens): Como las tragedias griegas o los culebrones, las estructuras narrativas y los argumentos de los westerns responden a ciertos patrones. El esquema de 'jinete solitario llega a pueblo donde pacíficos y desarmados habitantes son atormentados por un grupo de matones y se pone del lado del débil' se repite hasta la saciedad, pero es, en esta aparente falta de ideas, donde películas como Raíces Profundas brilla hasta deslumbrar. Ya sea por los actores, Alan Ladd, Jean Arthur y un muy malo Jack Palance, o por la buena mano de su director, George Stevens, el caso es que Raíces profundas es una película especial, una pequeña obra maestra y no una más del género. Clint Eastwood reinterpretó esta película en su 'Jinete pálido". Donde había granjeros, puso mineros, al niño le sustituyó por una quinceañera premestrual que se enamoró del protagonista, pero no consiguió engañar a nadie: era Raíces profundas tras pasar por su filtro de "Vamos, alégrame el día". Y aunque era muy buena la de Eastwood tras ver Raíces profundas pierde mucho.
Los Profesionales (1966. Richard Brooks): Richard Brooks me parece, sin duda, uno de los mejores guionistas de la historia del cine, y sobre todo uno de los mejores dialoguistas, si es que existe esta palabra. También era todo un especialista en adaptar textos literarios y teatrales a la gran pantalla. A él se le deben películas como 'Los hermanos Karamazov' de Dostoyevski, 'Lord Jim' de Joseph Conrad, 'A sangre fría' de Capote, 'La gata sobre el tejado de zinc'de Tennessee Williams... Con estos antecedentes, nos podemos hacer una idea de la aproximación que Brooks hizo al género. La historia de los profesionales es lo de menos, pues puede recordar a cualquier film de serie B o al mismo Equipo A, un señor con mucha pasta contrata a un grupo de especialistas en diversas disciplinas para que liberen a su mujer supuestamente secuestrada por un bandido-revolucionario mexicano. Lo que la hace diferente al resto y Única son la profundidad de los personajes, el pasado que arrastran y sobre todo los diálogos. Brooks intercala en esta película aparentemente de tiros no ya frases míticas sino diálogos magistrales sobre la revolución, los políticos y la propia existencia humana. A recordar sobre todo la escena en el desfiladero entre Burt Lancaster y Jack Palance y la frase final del legendario Lee Marvin.
Grupo Salvaje (1969. Sam Peckinpah): Peckinpah en estado puro. Violencia y más violencia y encima a cámara lenta. La eligo por el mismo motivo que esgrimía en el Hombre que mató a Liberty Valance. Por ella circulan muchos de los actores de las películas del Oeste de los cuarenta y cincuenta, pero con más arrugas, con más tripa y con más entradas. William Holden, Ben Johnson, Robert Ryan...  Al igual que sus personajes de la película se empezaban ya a sentir acorralados y casi expulsados en el mundo del cine, donde lo habían sido todo pero ahora eran empujados por otra generación y sobre todo otro tipo de géneros supuestamente más profundos e intelectuales que el Western. Si de Brooks destacan los diálogos, de Peckinpah lo hace la acción. Un disparo vale más que mil palabras.
 Fort Bravo (1953. John Sturges):  Fort Bravo es una de los Westerns más originales, al entremezclar el género del Oeste puro y duro, con el carcelario y más concretamente con el de fugas; Sturges ya nos anticipa aquí la que sería una de sus grandes obras maestras, La Gran Evasión. La acción se desarrolla en un campamento de prisioneros en pleno desierto en el que están internados los soldados de la Confederación. Todos aquellos que intentan escapar se las tienen que ver con el implacable William Holden, que dirige el penal con mano dura, los rigores del desierto y fundamentalmente con los indios mescaleros, que están en pie de guerra y  no hacen distinciones entre unionistas o secesionistas, casacas azules o grises; de ahí su título original de 'Escape from fort Bravo'. Otro de los motivos por los que me gusta esta película es por Eleanor Parker, que simplemente sale bellísima.


El bueno, el feo y el malo (1966. Sergio Leone): En la década de los sesenta, el género languidecía, el público, los estudios le daban la espalda...  Tuvieron que venir los italianos a rodarlo a España para resucitarlo momentáneamente con el peyorativamente denominado Spaghetti Western. Leone lo revolucionó con sus primeros planos (de las miradas, sobre todo), con sus montajes unidos a la inconfundible música de Morricone, alargando el clímax hasta la extenuación, con una estética más latina, con los ponchos de Clint Eastwood, las muñequeras, unos ropajes mas harapientos y polvorientos, más propios de lo que realmente se supone que tenía que ser el Oeste, y fundamentalmente con unos personajes mucho más violentos que sus homólogos de Hollywood, casi rayanos en la psicopatía y el sadismo. Leone lo hizo tan bien, que este spaghetti Western fue luego adoptado, adaptado y copiado en el otro lado del charco, en un sinfín de géneros. ¿Saben de quiénes hablo?

Centauros del desierto (1956. John Ford):  Para el final la más importante. En la vida te encuentras muchas clases de personas, y en el cine, hay o mejor dicho había tres clases de personas claramente diferenciadas: las que decían que El Padrino era la mejor película de la historia, los que decían  lo propio, pero de Ciudadano Kane, o los que decimos que lo es Centauros del Desierto. Cuando algo es una obra maestra, resulta absurdo hablar de los personajes, los diálogos, la estructura, las imágenes, los actores, pues todo es perfecto. Pero sin duda yo me quedo con el personaje central, el racista, inadaptado y sociópata Ethan Edwards, y es aquí cuando hablo de surf, pues al verle siempre me acuerdo de los locales, de esos personajes de la playa atormentados que se resisten a comprender que su tiempo ya pasó, que el surfing ya no es lo que era (un refugio de rebeldes, de inadaptados), que ahora es un deporte de masas, de escuelas; y la playa ya no es un territorio salvaje, libre y alegal (ahora hay hasta señales de tráfico en las aparcamientos con normas del pico redactadas), sino un foco de generación de empleo, de divisas y de ingresos para los ayuntamientos y municipios. El surfista ha pasado de ser un proscrito que era multado cuando invadía las zonas de baño a ser buscado en las ferias de turismo como el maná que nos saque de esta España pos-estallido de la burbuja inmobiliaria. Y ante tanto 'progreso', Ethan Edwards no se siente cómodo y siempre se queda fuera.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Full&Cas. La historia continúa



  
http://www.fullcas.com/
Full&Cas modelo M-Combat, 'The spanish magic carpet"
Full era el nombre de un perro y Cas, el de una chica, Casilda (creo). La historia del surfing en Cantabria y la de unas cuantas generaciones están ligadas al nombre de este emblemático fabricante de tablas, que es el mejor ejemplo del I+D aplicado a los talleres de shape en España. Lástima que los medios de comunicación sólo presten atención a un auténtico exponente de eso que ahora les da por llamar emprendimiento, exportación, investigación, apertura de mercado, desarrollo…, cuando ocurre una tragedia. Full and Cas ha evolucionado junto a todos nosotros. Desde la tienda de Juan de la Cosa, de la que apenas me acuerdo, pasando por su ubicación en La Pereda, hasta llegar a su localización en Cros, F&C nos ha visto pasar por todos los estadios existentes en la vida de un surfista; desde esos ignorantes que entraban por la tienda, por primera vez, sin haber hecho un take off nunca, pidiendo casi a gritos una tabla como la del Tom Curren, el Kelly Slater o el Mick Fanning ése (dependiendo de la época), pero acababan sabiamente persuadidos, llevándose un tablón con menos glamour, pero mayor flotabilidad, hasta esos pros que maltratan la pared o el labio de la ola con un 5’8” haciendo maniobras más propias del Circo del Sol que del surfing. Full and Cas, por tanto, nos ha visto  y nos ha ayudado en toda nuestra cadena evolutiva, desde que éramos unos ‘Homo malibuliensis’ que se arrastraban por el pico, con un tablón de las cavernas, y no recibíamos más que las vejaciones y las burlas crueles del resto de la tribu, hasta que nos convertimos en el ‘Homo onlylocaliensis’, engreído y desagradecido, que se cree que nació sabiendo, que se desliza como un jinete del Apocalipsis o Negro de Sauron al grito de “mía”, que somos hoy.  
 Pero, amigos, no nos engañemos. La evolución nunca termina. Nos haremos mayores, nos saldrá tripa, nuestras condiciones físicas menguarán, aumentarán, pillaremos olas mayores, u olas de verano… y Full&Cas estará allí para dar respuesta a nuestras preguntas surfistenciales. No les quepa duda.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Manel Fiochi: “A los locales les diría que hagan surf y no la guerra”



Manel Fiochi, genio y figura.

La historia del surf no es como la de la Segunda Guerra Mundial, la Guerra fría, la Revolución francesa, la conquista del Nuevo Mundo o cualquier otro acontecimiento que podamos imaginar. O no debería serlo. No deja abundantes fuentes documentales, diarios de sesiones, cartas fundacionales, etc... Los grandes miércoles, las pequeñas y grandes gestas playeras se quedan almacenadas en las retinas, en la memoria, en los testimonios de los testigos o sus protagonistas, que más que personajes históricos deberían ser considerados como leyendas. Uno de estos mitos del surf patrio es Manel Fiochi (Santander.1950), figura imprescindible para entender la gran evolución que experimentó el surfing en España a finales de los sesenta y principio de los setenta. De sus numerosos viajes a Francia y a Inglaterra, Manel trajo consigo tablas más cortas, nuevas maniobras y sobre todo un estilo más veloz y dinámico, como el que ya se hacía en las playas de Australia y California.     
      .
-Manel, ¿cuándo fue tu primera toma de contacto con el surfing?
-De la primera mía no me acuerdo exactamente. Me acuerdo más de las de mis hermanos, a los que veía desde la playa. Como no teníamos ni idea absolutamente, a nada que tuvieses una tabla, ya valía. Que te pusieras de pie ya era lo de menos. Recuerdo que intentaban subirse a la tabla, en la primera playa (El Sardinero), por un lado y caerse por el otro. Fue muy graciosa esa toma de contacto. Yo decía ¡Joder, pues qué difícil es ya subirse! Me acuerdo de la primera tabla de mi hermano Rafa, adquirida en Barland Bayona, que la llamábamos La Avidesa, porque había un anuncio de Avidesa que era rojo y azul y la tabla era igual. Yo no pude tomar contacto hasta un año después, creo que era el año 66 -soy muy malo para las fechas-, pues tuve una lesión muy fuerte haciendo barra fija en el colegio con el brazo y estuve un año escayolado. Intenté coger olas con el brazo envuelto en bolsas de plástico, pero no funcionó y se retardó la recuperación. Luego, empezamos a movernos, gracias a que mi hermano Jesús tenía coche. Creo que una vez nos dijo que tendríamos que pagar gasolina, pero no fue así (sonríe). La verdad es que siempre se portó muy bien con nosotros. Tengo que decir una cosa muy importante, él era el gurú, nosotros no teníamos ni idea. Me acuerdo una vez que, desde El Sardinero, viendo Somo, decía que no, que allí no había olas. Yo bauticé aquella frase como “non plus ultra”, porque una semana después Merodio, Carlos Beraza y yo no sólo descubrimos Somo, sino que descubrimos Santa Marina. A medida que fuimos teniendo medios para movernos, fuimos aprendiendo por nuestra cuenta. Luego vino la época de los campeonatos de surf. Recuerdo el primero en Bakio, que llegamos allí y todos coreaban el nombre de Dourdil, pero luego coreaban apellidos cántabros.
-¿Cuál ha sido tu gran Miércoles, ese día que digas “he pillado las olas más grandes de mi vida”?
-Me viene a la cabeza una anécdota, en Inglaterra, cerca de Newquay. Tim Heyland, propietario de Tiky Surfboards, me preguntó si me atrevía a ir en helicóptero a un sitio determinado a coger una ola grande. Le dije como excusa que no tenía tablas de olas grandes y enseguida me enseñó media docena y me dijo “¡Ésta! Ésta te viene muy bien”. No creo haber pasado tanto miedo con esto de las olas en mi vida más que esa noche, pensando en lo que podría ocurrir. Al día siguiente, me lo encontré y me dijo que no, que las condiciones no eran buenas; y yo, a día de hoy, con el tiempo, no sé si era verdad o mentira, pero pasé mucho miedo. Y de días grandes, recuerdo un día en Mundaka, con Carlos Beraza y Merodio, de los primeros días que nos metíamos allí. Estaba tan grande, que no se metía nadie. Y dije yo: “voy a entrar por el puerto, cerca de la roca, voy avanzando, que ahí no pegan las olas, y luego me sitúo en el medio, hacia atrás, a ver si la cojo o me coge”. Bueno, me cogió una ola muy grande, que no sé si la cogí o no, pero aparecí en la ría. Como la corriente no me dejaba volver al sitio por donde había entrado, por el puerto, avancé y llegué hasta una casita que tenía unos peldaños de madera y una puerta. Y nada, llegué allí, llamé, y salieron unas señoras mayores, de negro, que se asustaron muchísimo, porque no habían visto nunca salir a nadie del agua así. Me dieron de desayunar, de comer, y cuando volví por la carretera éstos ya estaban pensando en llamar a la Guardia Civil, porque no me veían por el horizonte, y aparecí por atrás dándoles una sorpresa. Ha habido días muy grandes en Rodiles, en Mundaka, siempre en sitios con el denominador común de una ría. En España hay una maravilla de spots, no hace falta irse muy lejos. Otra vez fuimos a ‘La Barre’ (ola muy famosa de la época, que luego rellenaron y desapareció para siempre), en Francia, mi hermano Jesús, Merodio, Carlos y yo. Era un día de mucho calor. Llegamos allí y estaba muy grande. No se metía nadie. Ni australianos, ni americanos. Yo me metí porque tenía calor. Conseguí entrar. Estuve un ratito, y, de repente, vi emerger como una cabeza negra a unos cincuenta metros, que ahora pensando, podría ser una foca o algo así. Salí para la orilla, que ni olas ni nada (sonríe).
-Como testigo de excepción, ¿cómo viviste la evolución técnica de las tablas, que éstas fueran cada vez más cortas; y qué implicación tuvo en vuestro estilo?
-En primer lugar, decir que las tablas antes eran enormes. La tabla roja que trajo Jesús en el autobús del Racing era enorme. Estando yo un mes en verano en Biarritz, llegaron los campeonatos y vinieron californianos, australianos... Ellos empezaron a traer tablas más pequeñas y Barland, que era el fabricante local, empezó a hacerlas. Me traje la primera tabla más corta, que no era tan corta, si las comparas con las de ahora, a Santander, y Zalo y todos éstos decían que había venido con un nuevo estilo, pero lo que pasaba es que había traído una nueva tabla y se notaba mucho. Luego, conviviendo en Francia con los demás, aprendí que había que coger la ola más de lado, para coger velocidad y hacer maniobras, ya pensando un poco en la competición.
-¿Cómo definirías tu estilo?
-Mi estilo nunca me lo he visto, he visto el de los demás. He visto en Biarritz, que nunca olvidaré, el estilo del australiano Keith Paul, que usaba unas tablas pequeñas y bastante anchas y que no perdía velocidad… ¡Y hacía unas cosas! Para él igual daba que fueran olas grandes, medianas que pequeñas. Y una serie de gente que cogía olas a diario con ellos y me fijaba en que daban velocidad a la tabla desde el principio, cogiendo las olas mucho más de lado de como lo hacíamos nosotros. Los hermanos Lartigeaux, De Rosnais, uno de ellos desapareció por Indonesia en condiciones extrañas al intentar hacer una travesía con una tabla de surf. Y a mí, particularmente, me gustaba mucho el estilo de mi hermano Rafa, que era todo un especialista en olas grandes. Santa Marina le venía perfecta, al contrario que para mí y que para Merodio, que somos goofys y nos viene a contramano. Tal vez por eso descubrimos primero Mundaka y luego Rodiles, como necesidad.
La primera playa de El Sardinero, la zona cero del surf patrio.

-¿Se puede decir de alguna forma que el surf cambió tu vida, que hubo un antes y un después y que nada volvió a ser igual?
-No. Mi vida siempre ha sido la misma. Siempre me ha gustado hacer lo que he querido y he podido. En este sentido, he sido un afortunado y he podido disfrutar. Ante todo, el objetivo para todos debe ser “Ser feliz”, ser feliz de una manera u otra. Y en mi caso se puede decir: “misión cumplida”.
-¿Cómo era ese ambiente surfero de Santander de los sesenta y setenta?
-Al principio era cada uno a su aire. Algunos como Zalo Campa se dedicaban a hacer sus pinitos, sus tablas. Así que yo recuerde se establecieron dos grupos. Uno era el Surf Club España, y lo formaban mis hermanos Jesús y Rafa, Leo Ibáñez, Carlos Beraza, Merodio y yo. Y Zalo Campa, Pedro Rodríguez Parets y todos los demás en el otro que estaba en la Cañía, en unos bajos, y se llamaba Surf Club Sardinero.  El nuestro, al ser España, era más potente (risa). Luego,  los campeonatos fueron  muy interesantes, para nosotros, desde el punto de vista que nos permitieron conocer nuevos spots para coger olas, la costa vasca fundamentalmente, y sobre todo a la gente que vivía allí, lo que permitió muchas colaboraciones, como Casa Lola, que era como una comuna del surf, donde se empezaron a hacer en serio y en serie las tablas de surf en España. Aquella época fue muy interesante, con el surf siempre como prioridad. Si había olas, ya se podían dejar las tablas. Lo primero era coger olas. La gasolina era más barata y se podía ir más veces (risa).
-Una cosa que llama poderosamente la atención es que, pese a ser pioneros y haber disfrutado de las playas para vosotros solos, no sois excesivamente locales, en contraposición de otros surfistas de nuevo cuño que…
-Desde el principio cogíamos olas educadamente, luego empezó el inicio de la masificación y pasó una cosa muy curiosa: la gente aprendía a insultar y a gritar antes que a ponerse de pie. Es como la inmigración, hay que aceptarlo, porque no hay más que ponerse en el lugar del que está enfrente y decirse ‘si yo estuviera en tu lugar…’. A los locales les diría que hay solamente un camino: hacer surf y no la guerra (sonríe).
-¿Qué rutina de surfing tienes ahora mismo?
-Sigo surfeando y he comprendido que en verano no se puede ni aparcar ni en Liencres ni en Somo, por lo que tengo una tabla en Cota Cero, otra en Somo, y voy en moto a coger olas, según las condiciones, tras consultar la página meteorológica de Jesús. Es una cosa que no dejaré nunca. Hace unos años, cuando funcionaba la Magdalena, tomé contacto con el Windsurf, pero enfocado a las olas, y evolucioné mucho en este mundo. Me encantaba cruzar la bahía los días que soplaba viento sur. Una vez incluso hicimos una regata, la única que se ha hecho, con Ángel Gómez Acebo, El Rizos, que era todo un especialista. Había que ir de los Peligros a la boya y volver (dos veces). Gané la regata. Creo que lo tengo grabado en vídeo. Un día fui a Reinosa al pantano a probar el kite, pero fui demasiado tarde, estaba anocheciendo, no me explicaron bien lo que había que hacer, y al subir la cometa, he tirado y he salido por el aire y ¡joer! me he pegado un leñazo…  He estado mucho tiempo lesionado. Así que me lo pensaré para la próxima.
La música, la otra gran pasión de Manel Fiochi.

-También eres un apasionado de la música…
-Mi pasión por la música empezó en el colegio cuando descubrí que podía simular unos ensayos para Santa Cecilia, con unos amigos, y correrte alguna clase que otra. Lo malo fue el día que fueron nuestros padres a oírnos. En aquellos años no había Internet no había nada y lo único que podías hacer los fines de semana era pasear por el tontódromo, que era como llamábamos a los Jardines de Pereda, para ver si te miraba alguna. Recuerdo que íbamos tarareando lo que escuchábamos por la radio y dije “coño, tenemos que hacer un grupo, ¿qué vamos a estar aquí, perdiendo el tiempo?”. Uno tenía un tío con un piso vacío, yo fui al colegio a pedir el tambor de Semana Santa. Y así fue, yo tocaba la batería, hasta que decidí que no, y compré en Lera una guitarra muy bonita, que lucía más. Tocábamos canciones instrumentales de los Shadows. Cosas que no hubiera que cantar, porque nadie se atrevía. Anécdotas con la música muchas. Contaría una que pasó cuando un día René Thomas, un guitarrista de jazz, de los mejores, murió en Santander y su mujer y su hijita vinieron para enterrarle y no tenían ni dinero. Entonces, improvisamos con Juan Carlos Calderón un concierto para recaudar dinero, en el que también estaba Fernando con un cuadro. Yo estaba con unos ingleses con los que había estado ensayando en casa de los Ibáñez en Piquío, porque querían grabar un disco en Madrid y yo les iba a tocar la batería. Esa noche fue inolvidable. Les acabé acompañando a Madrid para grabarlo dos días después. Allí surgió un concierto que habían organizado los de Medicina, con Micky y los Tonys, con Juan Carlos Calderón. Nosotros tocamos un single de Bob Dylan, ‘The Weight’, que tocaba The Band también, y otro tema the Neil Young, Harvest. Esa misma noche nos abrieron los estudios Celada. Los mismos estudios que aparecieron en un programa de Cuarto Milenio de Iker Jiménez, porque se aparecían fantasmas. Pues yo no vi ninguno, a las dos o tres de la mañana que estuvimos, el único yo.
Para leer segunda parte pincha aquí.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Película de surf para un día con el mar pasado: Persiguiendo Mavericks



 Lo mejor que se puede decir de esta película –Y no es poco- es que los 110 minutos que dura se me pasaron volando. Persiguiendo Mavericks viene a demostrar esa máxima del cine que establece que si a una idea sencilla (una leyenda del surf que entrena a un chaval para que surfee olas grandes), se le acompaña de una buena dirección (Curtis Hanson y Michael Apted) y unos buenos actores (están Gerard Butler -el rey Leónidas de 300- y Elisabeth Shue -esa actriz que frikis como yo recordarán por ser la novia de Marty Mcfly, en Regreso al Futuro 2 y 3, y los amantes del cine serio, por ser la prostituta de Leaving Las Vegas), se puede conseguir un producto ameno y entretenido. Un buen pasatiempo para una tarde de invierno con el mar pasado, tocado de viento, etc…

jueves, 26 de septiembre de 2013

Películas no surferas para un día plato como el de hoy




Vive como quieras



Tal vez la primera opción fuese poner aquí ¡Qué bello es vivir!, pero finalmente se optó por esta otra gran película de Frank Capra, no tan conocida (no se pone hasta la saciedad todas las Navidades), pero que igualmente sirve para inocularte una dosis efímera de optimismo antropológico, fe en la especie humana y deseo de hacer bien al prójimo. Tal y como anticipa su propio título cuenta la historia de una tan atípica como pintoresca familia cuyos miembros se dedican cada uno a hacer lo que más les gusta (bailar, escribir, fabricar cohetes pirotécnicos). La utopía de la familia se verá amenazada cuando un despiadado hombre de negocios intente adquirir su casa por todos los medios. Si a esto le sumamos que una de las nietas del patriarca del núcleo familiar disfuncional es la secretaria del hijo del magnate y están enamorados, el resultado es una de las comedias más hilarantes de la historia del cine, con el sello de buenismo tan característico de Capra.


El Último Hurra
Tras muchas deliberaciones, se ha escogido esta película de John Ford que narra, con su sobriedad característica, pero con un tono menos épico de lo habitual, el gran cambio que experimenta la política, tras la irrupción de la televisión y de los asesores de imágenes, en las campañas electorales. Spencer Tracy, aquí un veterano alcalde demócrata, se presenta a su enésima reelección. Enfrente un inexperto joven sin cualificación, valía, ni experiencia alguna, pero con un gran aparato propagandístico y la televisión de su lado. ¿Qué ocurrirá? Véanla y se sorprenderán de lo mucho que les recuerda a lo que ven cada vez que ponen el telediario y salen nuestros representantes políticos. Se ha puesto El Último Hurra, como se podría haber puesto Centauros del Desierto, El hombre tranquilo, El hombre que mató a Liberty Balance, Las uvas de la ira, ¡Qué verde era mi valle!, La Diligencia… Cualquiera es válida para amenizar un día sin olas.



El Invisible Harvey
Otra película que bien podría ser de Capra (hasta está James Stewart), sino fuera porque aquí lo que se hace es un alegato completamente irreal e ingenuo sobre los beneficios de los bares de copas y el alcohol en el individuo y las relaciones humanas, hasta se llega a decir una frase tan cuestionable como "jamás se ha visto que nadie lleve nada mezquino a los bares". Polémicas a parte, Stewart está una vez más encasillado en su sempiterno rol de tipo bondadoso, con la pequeña particularidad de que aquí su mejor amigo es… ¡Un conejo invisible de dos metros! Henry Koster dirige esta memorable comedia que reivindica el papel original y amable de los locos frente a la alienación y el estrés que experimenta el malhumorado hombre cuerdo de a pie.




Sueños de seductor
Magistral comedia en la que Woody Allen nos da toda clase de consejos sobre qué hacer y sobre todo qué no hacer para conquistar a una mujer. Homenaje a Casablanca y a Bogart para una película que no fue dirigida por Allen (su director es Herbert Ross) y que supuso la primera de las fructíferas colaboraciones entre el cómico y Diane Keaton.



El Último Boy Scout, Arma Letal, La Jungla de Cristal, etc…
¿A quién pretendo engañar? Esta lista es demasiado cultureta y al final éstas son las verdaderas películas que amenizan una jornada sin olas. Peleas, explosiones, disparos y sobre todo expresiones lapidarias que puedes usar luego en el line up como: “Soy demasiado viejo para esta mierda”, “Todo el mundo te odia. Ellos se lo pierden. Sonríe, cabrón” y “Yipikayei… Hijo de puta!”.



 

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Películas de surf para un día plato



  En las manos de Dios
  “Nunca se le ocurra hacer una película con animales, ni con niños, ni con Charles Laughton”. Seguramente que, después de ver En las manos de Dios, a ésta celebre frase de Alfred Hitchcock le añadiríamos: ni con surfistas profesionales. La única forma de ver esta película se asemeja bastante a las de las películas porno, ir directamente a las escenas de acción (de olas, en este caso), adelantando los diálogos. La sinopsis es sencilla: tres amigos surfean por el mundo, mientras se entrenan para coger olas grandes en Hawai. Además plantea cierto debate ético-deontológico muy interesante sobre si el surfista, en su intento de coger olas cada vez más grandes, debe o no ayudarse de métodos externos como motos acuáticas o  mantener la esencia del surfing y hacerlo a golpe de remada. Entonces, ¿qué falla? En descargo de Shane Dorian y compañía, diremos que gran parte de la responsabilidad del naufragio generalizado debe recaer sobre las espaldas del director, Zalma King (famoso por Orquídea Salvaje), pues, en todo momento, prioriza los diálogos pretenciosos y pseudoespirituales que no entran ni con calzador  o escenas místicas (como una que narra el delirio de uno de los protagonistas cuando coge unas fiebres) a las secuencias de olas, consiguiendo el más difícil todavía: una película de surf que no gusta ni a los propios surfistas. Para verla una y no más.

  Le llaman Bodhi
En su momento (1991) provocó más de un problema a uno, pues al pintar el mundo del surf como un santuario de atracadores de bancos, traficantes de drogas, armas, etc… o los picos como un lugar donde la gente llevaba navaja para cortarte el invento, para posteriormente esperarte en las duchas para lincharte,  nuestras madres nos decían: ‘a ver dónde vas, hijo’, ‘no te mezcles con esa gente’, ¿No prefieres hacer judo, como tu primo?. Pasa una cosa muy curiosa con Le llaman Bodhi, mientras las escenas de atracos, persecuciones están muy bien rodadas (no en vano la directora Kathryn Bigelow es toda una experta en el género de acción y ganó un óscar en 2009 por En tierra hostil) no se puede decir lo mismo de las de surf. Le llaman Bodhi comparte junto al Equipo A el dudoso honor de ser los que peor intercalan, en las escenas peligrosas, los primeros planos de los actores protagonistas con planos más generales en los que ya salen los extras. Si en el Equipo A, cada vez que tenían que doblar a George Peppard (Aníbal Smith) ponían a un tipo con una peluca blanca, en Le llaman Bodhi, en las de surf, hacen lo mismo descaradamente, pero con un pelucón rubio, lo cual en una película de Hollywood desluce y mucho el resultado. En definitiva, es una buena película, pero para ver una cinta de una pareja de polis antagónicos con bis cómica, con tiros, persecuciones y explosiones, me veo Arma Letal o El último Boy Scout, que son obras maestras del género Buddy movies, muy por encima de Bodhi.

 Blue Crush (En el filo de las olas)

 Me parece el acercamiento más equilibrado que ha hecho, hasta el momento, el mundo del cine a las olas, esto es, una película que se acerca al mundillo, pero tratando de agradar y entretener al público en general, sin que los surfistas se sientan insultados. El argumento es claramente arquetípico. El mito de cenicienta, Pretty Woman, pero trasladado a Oahu, cambiando a Julia Roberts y la prostitución, por una limpiadora de un hotel-surfer que se enamora de un jugador de futbol americano. Tiene todos los tópicos imaginables del cine, película de superación, romance, y adolece de una falta de originalidad brutal, pero se puede ver y las escenas de surf están muy bien rodadas. Para pasar una tarde, apta.

 Los Amos de Dog Town
 En términos estrictos, no es puramente una película de surf, pero como el skate surgió de éste y sus pioneros fueron surfers reconvertidos, cansados de tener que respetar las jerarquías de los picos, se puede incluir. Me quedó con las escenas de surf en el viejo muelle de Venice Beach y con la interpretación del tristemente desaparecido Heath Ledger, que hace del shaper Skip Engblom, el atormentado y alcohólico dueño de una tienda de surf llamada Zephyr. Ledger, oscarizado por hacer de Joker en el Caballero Oscuro, se come al resto de protagonistas. La escena en la que aparece tras perder la tienda, que ha cambiado de nombre, shapeando para otro, como un simple empleado, mientras escucha a Rod Stewart cantando Maggie May y le pega un sorbo a una botella, es memorable. La manda huevos que una de las mejores películas de surf sea de skate.

  El Gran Miércoles 
 Navegando por Internet, me he encontrado que esta película no suele gustar a muchos surferos. Lo cual no me sorprende dada la propia deriva de los surfistas en los últimos años, en general. Mientras en las tres primeras películas de la lista, se nos da una imagen idílica del surfista, que no para de sermonear, en cuanto tiene la más mínima oportunidad, a propios y extraños, sobre el valor espiritual de las olas o la experiencia Zen al cabalgar la tormenta cincuentenaria, en el Gran Miércoles se nos regalan perlas como “nadie surfea siempre” o “yo no soy surfer, sólo soy una basura” (Bear dixit).  Digo que no me sorprende que no guste, porque inquieta una película donde el protagonista, leyenda viviente de la playa, ‘El Rey’, como se le denomina al principio, acaba limpiando piscinas, previo paso por el alcoholismo; donde un secundario se va a la guerra y a la vuelta, se encuentra que su novia se ha casado con un meapilas; o donde Bear, el empresario-shaper de éxito, acaba limpiando la basura de la playa. Esta es la película que hubiese hecho John Ford, si el director de origen irlandés hubiese pillado olas. Sobria, contenida, sin una sola concesión al sentimentalismo.  Si en Blue Crush a la protagonista al salir de coger la gran ola, le está esperando una legión de fans para que le firmen autógrafos, o los de billabong para que firme un supercontrato; en El Gran Miércoles,  Matt Johnson, después de coger la ola de su vida, se va cojeando a casa donde le espera su mujer y encima tras regalar la tabla. ¿Dura? Aunque nos duela, de momento, por lo general, la vida del surfista medio no responde a un episodio de Los Vigilantes de la Playa. Va a ser muy difícil que se vuelva a dar una película de surf así, pues en 1978, fecha de su estreno, se juntaron dos cosas muy difíciles: alguien que sabía mucho de surf y que además sabía cómo contarlo. Al igual que algunos dicen que una vez al año ven Ciudadano Kane, El Padrino, o Qué bello es vivir, ver El Gran Miércoles de vez en cuando es todo un ritual. Y en  cada proyección se encuentran matices nuevos.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Charlie Restegui: “Lo que persigo con el Festival es culturizarnos todos para crecer como surfistas”



  El que piense que los surfistas tienen un discurso superficial y hueco debería pararse a hablar con Charlie Restegui (Santander. 1969). En apenas unos segundos, el programador del cine Los Ángeles y artífice  del Santander Surf Film Classic escupe un puñado de nombres de fotógrafos, de directores, de películas, de shapers… De referencias acumuladas durante décadas por la cultura que se genera entorno al surfing. Un saber que no duda en compartir con los demás, pues tal y como reconoce se siente en la obligación de mostrar y compartir sus tesoros. Algo que volverá a hacer –y con ésta irán ya ocho veces –en la próxima edición del Surf film Classic de 2013, que contará con el aliciente de poder disfrutar del nuevo proyector digital con el que se ha dotado recientemente la legendaria sala santanderina.
-La pasión por el cine te viene de familia, pero ¿de dónde proviene tu afición por el surf?
-Me viene porque de pequeño vivía en El Sardinero, al lado del Chiqui, en el edificio Feygón. Hace años, El Sardinero no era como ahora, entonces vivir allí era como vivir en el campo, en mitad de la nada. Los autobuses sólo llegaban hasta Piquío, Las Brisas. Estaba el restaurante Chiqui, el hotel María Isabel y poco más. Bajaba mucho a la playa. Primero a bañarme, que me encantaba. Con seis o siete años, empecé a coger olas con los famosos plankings, unos paipos de madera, bastante similares a lo que ahora llaman alaias, con mucho rocker, que comprábamos en Calín o en Godofredo. Cogíamos olas bastante buenas, porque antes había más mar, ahora El Sardinero rompe con mucha menos frecuencia. En verano siempre había dos o tres maretones, ahora puede entrar uno. Este verano ni eso. Así empecé hasta que un día, en el garaje de casa, me encontré una tabla de surf que era de uno de mis diez hermanos, que la había comprado para venderla. La cogí sin decir nada y fui con ella a la playa. Me metí unas gallofas impresionantes. Con el paso del tiempo, mi hermano me traía un montón de revistas de surf de Francia y ojeándolas me enteré que en Somo estaba la famosa tienda Xpedin de Zalo Campa y Laura. El siguiente paso fue coger la Pedreñera para ir a donde Laura a ver lo que tenían por ahí, las tablas que podían tener, las pastillas de parafina, pegatinas... La siguiente tabla que tuve, por suerte o por desgracia, perteneció al hermano de mi cuñado, un chico que falleció en Isla, aplastado por la puerta de un garaje. Era una Xpedin amarilla. A partir de ahí comencé a conocer a más gente de este rollo, a hacer vida en los bajos de El Sardinero, que tenían un ambiente surfero impresionante, con tablas colocadas de una determinada manera, también estaba el pub Sunset, donde ponían películas; cogía olas en Bikinis, que tuvo unos años buenísimos. Luego, a raíz de verlo en las revistas, me compré un  Morey Boogie, en Bahía Wind, a través de Santiago. Después, fui a Francia y me traje a Santander el primer mach 7.7 a través de un importador. Alternaba un poco todo, pero en aquellos años me decanté por el paipo, porque venía del planking y lo controlaba mejor. También hice Knee Board […]
-Por lo que cuentas, en lo referente a las olas, siempre has sido ecléctico, con una mente y un discurso muy abiertos que te hacen estar predispuesto a probar todo tipo de artefactos de deslizamiento, desde longboards, a paipos, pasando por surfear a pelo sin más ayuda que unas aletas. ¿Qué opinión te merece que la gente se decante mayoritariamente por el thruster y no emplee otra combinación de quillas, como singles, twins, quads, que parecen algo desterrados de lo comercial?
-Lo mejor es lo que a ti te haga feliz. Si tú disfrutas bañándote en pelotas, te bañas en pelotas; que disfrutas en traje de baño, en traje de baño…
Charlie, en el anfiteatro del santanderino cine Los Angeles.

-Pero ¿no crees que la gente muchas veces no prueba otras tablas porque no las encuentra en las tiendas?
-Hace unos años podría darte la razón, pero, hoy en día, tienes la posibilidad de comprar la tabla del mundo que te dé la gana y si no la tienes es porque no quieres. Es como irse de viaje. El que no viaja es porque no le da la gana. Nunca ha sido tan fácil coger un avión […]. La cuestión es que la gente tiene una tabla de surf, como el que tiene una bici, raqueta, un elemento de ocio, una cosa más, y no profundiza. Luego está el que profundiza más y tiene el surfing como algo prioritario para él. Yo el planteamiento que tengo es que voy a pasármelo bien. No es lo mismo el día que está de dos metros, que el que está de medio metro, o el que está hueco. Es como el tiempo. Si llueve, te pones un chubasquero, y mañana hace frío, y un plumífero. Y hace calor, unas bermudas. En la playa es lo mismo. Si está de medio metro, ¿qué hago?, ¿me meto con un trifin 6’0”? ¿Para qué? ¿Para que no me lleve? Me meto con un tablón, corro, disfruto. Otro día está de un metro, pues ya cojo una tabla mas corta y puedo ir haciendo otro tipo de líneas o disfrute. Cojo para lo que está. Si mañana está chopy, me puede coger un morey boggie y me bajo unas olas. Y si está orillero, ¿qué pasa, que ya no me meto? Me cojo unas aletas y me pego un baño y me lo paso bomba. Ha habido unos años en que la gente ha estado muy obcecada con el trifin y tablas muy cortas y veías días a la gente flotando en el agua y que al remar no les llevaba la ola. De diez años para acá veo que la cosa se ha abierto bastante. La gente tiene más quiver. Considero que lo importante es pasarlo bien. Es un juego y las tablas son juguetes.
-Cambio de tercio… Como experto cinematográfico, El Gran Miércoles… ¿te parece una buena película?
-Me parece una buena película que trata sobre el paso de la juventud a la madurez. Algo que el surfista siempre ha llevado muy mal. También es un buen documento que refleja la sociedad de un periodo que no es como el actual. Los surfistas del Gran Miércoles no son como los de ahora. Antes los surfistas eran tipos rebeldes que vivían de espaldas a la sociedad. Ahora cualquiera surfea. El concejal surfea, el ingeniero surfea, el padre de familia surfea… Sin duda sigue siendo la mejor película que ha tratado el tema.
-El año de realización de El Gran Miércoles es 1978. ¿Por qué en todo este tiempo ninguna película que ha tratado el tema se le ha acercado ni de lejos?
- En Internet hay una página que se llama The Inertia y sobre este tema un tío decía que el surf era muy difícil de filmar y de representar en pantalla. Hacía mención a los Fakes, esos planos en los que aparece el protagonista y de repente ves tú que es otro el que está surfeando. Esa es una de las cosas que echa a Hollywood para atrás. Otro motivo puede ser que el mundo del surf no es para las productoras un nicho interesante para trabajar. No hay un mercado importante al que dirigirse. En este sentido, puede resultar más interesante el mundo del motor, que tiene más seguidores y, por tanto, más negocio. A parte de eso, el surfing es un deporte muy pequeño y se han hecho pocas películas.
-Alguna película que recomiendes para ver un día sin olas…
-Hay una película que es muy divertida y que yo recomiendo mucho que se llama Doc Paskowitz, la dimos en el Festival, y no vino mucha gente a verla, tal vez porque era un documental. También de surf, Crystal Voyager y The Innermost Limits of pure Fun. Las dos son de George Greenough y las considero dos obras maestras. Y fuera del surf, recomiendo ‘Soy Cuba’. Me pareció muy original y buena película. Recomendar es algo muy difícil porque al final para que te guste mucho una película depende del momento en el que te coja. En una fase de tu vida igual no te dice nada, y en otra, alucinas.
-¿Puedes dar un adelanto sobre la octava edición del Santander Surf Film Classic?
-Probablemente lo que tenga en esta edición vaya a ser un fotógrafo que se llama Steve Wilkings. Si no se tuerce el asunto, va a ser a él al que le vamos a dedicar el espacio expositivo. Es un fotógrafo principalmente de los años setenta que trabajó para Surfer Magazine. Tiene muy buenas imágenes y no está suficientemente reconocido ni es conocido por el gran público. Le quiero mostrar, tiene un trabajo maravilloso.
-El año pasado conseguiste traer ni más ni menos que obras de Art Brewer desde California y las expusiste en el Palacete del Embarcadero, ¿hay algo que siempre hayas querido hacer y de momento se te resista?
-No. Lo que sin duda más me ha gustado traer ha sido la obra del fotógrafo Ron Stoner, que, para mí, es mi favorito con diferencia, y al final mejor o peor fue algo que conseguí. Me costó muchísimo.
-¿Hacer un festival de surf, que este año cumplirá su octava edición, a qué responde más, a una cuestión empresarial o emotiva?
-Surge porque me siento en la obligación de mostrar y compartir mis tesoros. Creo que siento la obligación de enseñar lo que yo he descubierto. Cuando veía una película, escuchaba un disco disfrutaba tanto, que me decía: “Jo, esto es tan maravilloso, que tiene que encantar a todo el mundo”. Lo que persigo un poco con el festival es culturizarnos todos para crecer como surfistas. Para conocer más, hablar entre nosotros o simplemente alguien que se quiere comprar una tabla sepa qué tabla le conviene más para el tipo de surf que hace, las olas que coge. Lo mismo que traigo un fotógrafo puedo coger y hacer una retrospectiva de los de aquí, pero ya nos conocemos todos; lo que trato es que la gente descubra cosas, vea el surfing desde otra perspectiva del tiempo, que sepa que el surfing no es solamente hoy, que lleva cuarenta años, que para llegar hasta donde estamos hoy han pasado unas cuantas cosas que han influido para que estemos aquí ahora, y que, dentro de otros diez años, la cosa seguirá evolucionando.
-En este sentido, antes has comentado, por ejemplo, que al proyectar la película Doc Paskowitz no acudió mucha gente al cine, ¿no resulta a veces frustrante partir de este deseo de compartir con los demás  algo que te ha gustado y encontrarte luego con falta de respuesta o la sala a medio llenar? Eso ¿cómo lo llevas?
 -Mal. Para mi hacer todo esto supone un esfuerzo de la leche. Sobre todo al principio; ahora ya menos. Yo no hago esto para ganar dinero. No me gusta que se metan las marcas y menos las de surf, para que me digan cómo tengo que hacer el cartel, a quien tengo que meter, o que me digan: ‘pon tal peli porque sale uno de mis patrocinados’...
-Visto lo que demanda el público, ¿no crees que deberías poner más películas de surfistas profesionales o de olas famosas en lugar de documentales más profundos?
-Yo lo que trato es de traer lo mejor que hay a nivel mundial. Lo mejor que haya y que yo me lo crea. Luego puede haber películas que a mí no me gustan, pero que considere que pueden ser de interés para un determinado público. De lo que se hace en la actualidad hay cosas que se hacen que son muy bonitas y otras que son excesivamente coñazo. A parte, cada vez es más difícil hacer un festival y sorprender cuando compites con una herramienta que se llama Internet, que mañana hay un baño espectacular en Teahupoo o donde sea y a la hora y media tienes una edición de muy buena calidad colgada.
Póster de la quinta edición del festival, dedicada al fotógrafo Jeff Divine.












http://carteleracinelosangeles.blogspot.com.es/
http://07santandersurffilmclassic.blogspot.com.es/ 

jueves, 25 de julio de 2013

Nacho García, 'One Love Ghana'. Haz turismo ayudando a un país.



Que el Mundo es un lugar de contrastes no cabe la menor duda. Medio Occidente elige como destino vacacional las zonas cálidas del planeta, auténticos paraísos de vegetación exuberante, de mares de aguas cristalinas y rebosantes de vida, de mujeres esculturales y de interminables fiestas de música pachanguera regadas por ríos de alcohol de un caudal ilimitado. Los turistas, por lo general, se hospedan en resorts de lujo con todo incluido,  enclavados en zonas blindadas por ejército y policía, que les mantienen a salvo de la delincuencia común y organizada autóctonas, pero que les impiden, a su vez, contactar con la otra realidad de los países que visitan, conocer sus gentes, mas allá de los recepcionistas, camareros o guías que les atienden. Pero todavía existe otra forma de viajar. La de los viajeros. Nacho García (Somo. 1977) y su hermano David ‘Capi’ García, pionero de las escuelas de Surf en España,  pertenecen a esta legendaria estirpe. Viajan por el mundo en busca de olas perfectas, pero, a parte de tener, en su memoria, recuerdos de “sesiones épicas”, se llevan otra clase de recuerdos más imborrables y duraderos. Su visión de los lugares que visitan va mas allá de una simple postal playera, conocen la realidad social, se sumergen en ella y, en ocasiones, se rebelan e incluso intentan cambiarla. Como el proyecto solidario que Nacho tiene puesto en marcha en Ghana, ‘One Love Ghana’, que, a través de una escuela, intenta dar una oportunidad a los niños más desfavorecidos de Acrra, la capital de este país africano.  Esa realidad que otros jamás conocerán o simplemente mirarán para otro lado, mientras les sirven el mojito o el daikiri con sombrilla en el bar de la piscina, después de otro baño.
-Nacho, ¿qué es ‘One Love Ghana’?
-Un proyecto que nace de la casualidad sin ser plenamente una casualidad. Ya habíamos hecho otras historias, colaboraciones en Marruecos especialmente, y yo andaba queriendo hacer algo más serio, saliéndonos del mundo nuestro que es el del surf. Casualidades de la vida conocí a la gente, me surgió la oportunidad y me lancé a comprar un terreno, donde posteriormente construimos la escuela. Yo creo que hemos acertado, porque este año tres amigos han pasado por allí para verlo in situ, incluso han grabado un vídeo con todas las imágenes que lanzaremos pronto, y la cosa va para adelante y estamos muy contentos.
-¿Es una escuela de surf o qué se enseña exactamente allí?
-Hay una parte que sí tiene esa intención, pero muy en el futuro. De lo que realmente se trata es de dar una oportunidad a muchos chavales que viven en James Town, el barrio mas poblado de Acrra, la capital de Ghana. Es un barrio que está muy cerca de la playa, a unos cien metros, por lo que lo de la escuela de surf es una posibilidad. Pero lo que es realmente es una escuela en toda regla, con sus pupitres, su comedor… La idea es una escuela en la que se fusiona principalmente las siguientes cosas: el aprender inglés, porque los más pobres no lo hablan, pese a ser una de las lenguas oficiales, sacar a los chavales de la calle, darles de comer y a algunos darles techo. La obligación de ellos es atender en la escuela, atender en las clases de inglés, se les hace un seguimiento de su comportamiento. También está muy metida la enseñanza de la danza y percusión africana. 

Nacho García, un viajero incansable.
-¿Cómo puede ayudar la gente desde aquí?
-Pues principalmente a nivel económico en una de las cuentas que tenemos para este proyecto o contactando conmigo a través de la Escuela Cántabra de Surf (http://www.escuelacantabradesurf.com/es/?p=692). Todo el dinero que se va recaudando íntegro va para el proyecto. Además funciona muy fácil y muy bien, a través de Western Union, en diez minutos, el dinero lo están recogiendo allí. El dinero está llegando y está teniendo un impacto positivo, permitiendo llegar cada vez a más chavales.
-Cuando uno va de surfari, va a pillar olas, pero al mismo tiempo… ¿Se puede decir también que resulta imposible abstraerse de las circunstancias sociales que rodean a las playas?
-Sin duda. El surfing para los que viajamos es una excusa. No estamos las 24 horas del día dentro del agua. Al final de un viaje te quedan los recuerdos. Vas a tener en la memoria esa imagen de una sesión épica, pero con el tiempo hay ciertas sesiones que se te van olvidando, y hay otras cosas que nunca se te olvidan de la cabeza.
-Y después de ver esa realidad que narras, a tu regreso, ¿no resulta aún más evidente darte cuenta que el surf, con los años, cada vez, se ha ido rodeando de elementos más frívolos y superficiales y que éstos se han hecho predominantes desplazando a los esenciales?
-Los que llevamos muchos años surfeando hemos visto claramente cómo hemos pasado de lo que era verdaderamente una cultura a lo que es hoy en día una moda. Pero cada uno se tiene que quedar con una parte y, en eso, soy muy positivo. En el surf hay una parte frívola, pero como la hay en la vida en general. Hay una parte muy materialista que es la que mueve el mundo, pero o te excluyes del mundo y te vas a una montaña a hacer el hippie o el bohemio, o no te queda otra cosa que tragar. En lo que a mi hermano y a mí se refiere, tenemos un poco esa contradicción. Nos encanta el surf. Sabemos que de alguna forma estamos globalizándolo, pero, de otro lado,  tenemos también la conciencia tranquila, pues creemos que trasmitimos una parte positiva a la comunidad. Cuando he viajado, me he dado cuenta que, en muchos de los países pobres que hemos visitado, hay pueblos a los que el surfing ha ayudado muy positivamente en su desarrollo. Aunque también está la otra cara de la moneda, gente que se ha aprovechado de eso. Es muy fácil cruzar esa línea y se descontrole. El surfing como todo tiene una parte positiva y otra negativa. Hay gente que se aprovecha del surfing sin escrúpulos y que no ha hecho nada por el surfing y se morirá sin hacer nada por el surfing; y gente que realmente sí siente el surf y siente que hace una labor. Pero esto pasa en todos los deportes. Del origen del surf y de su verdadera esencia a lo que es hoy en día nos quedan los surftrips, los surfaris, el irte con tus amigos, tu novia o solo, con una mochila, tus tablas… y recorrer el mundo en busca de buenas olas. Y para eso todavía quedan cien mil sitios por conocer y explorar y, para mí en concreto, África es también la gran desconocida.
-Hablando de África, has viajado por todo el mundo… Norteamérica, Centroamérica, Sudamérica, Asia… ¿Qué tiene este continente que no tenga ningún otro sitio?
-A mí desde siempre me ha tirado África, desde pequeño. Uno de mis primeros surfaris fue a Marruecos y, desde niño, el Reggae, la música y todo lo que tiene que ver con el color me encanta. Creo que, sin duda, es el futuro del surfing. África está por descubrir. La gente es muy enrollada y es mucho más seguro de lo que nos pensamos y de ese estereotipo que nos venden. Es cierto que hay países que están hoy en equilibrio y pasado mañana vuelven a ser una bomba de relojería, a los que no recomendaría ir. Pero creo que el futuro del surfing está en África y en los sitios fríos. Para surfear con poca gente y tener lo que entendemos por un surfari, que no es ir a un sitio que esté masificado, habrá que ir a estos lugares.