domingo, 8 de enero de 2023

Durmiendo con el enemigo

 Había comenzado el año con el firme propósito de no intervenir más en temas relacionados con el surf, para ver si así me libraba del encasillamiento y síndrome monotemático que me viene afectando desde hace un par de décadas, pero ni por esas, la lectura en Surfcantabria del artículo sobre el impacto de la construcción de los espigones del Chiqui (https://www.surfcantabria.com/noticias-enlace/item/4185-impacto-del-proyecto-de-espigones-en-el-muro-del-chiqui-en-santander.html) me ha hecho saltarme esta casi autoprescripción médica.

  Lo que más me sorprende del artículo es que ahora en 2023 todavía haya gente que le llame la atención que ocurran este tipo de cosas. ¿A alguien le puede sorprender a estas alturas de la película que los mismos políticos que piden que se salve del derribo el chiringuito del Rema para construir un “centro de interpretación del surf” aboguen ahora por la construcción de un espigón que a buen seguro destrozará una de las olas más míticas y legendarias para los surfistas de Cantabria, la cantera de muchos de los bodyboarders más famosos de la región? ¿Cómo se puede construir un museo o un centro del surf cuando por otro lado se destruye el único patrimonio realmente valioso para un surfista? ¿Qué clase de playa sería aquella que tiene un museo del surf y que no tiene olas? Y no tiene olas, no porque la naturaleza no se las haya dado, sino porque el hombre con sus acciones se las ha arrebatado… 

  


  La carta continúa con la denuncia de otros proyectos similares que ponen en peligro otras olas de Cantabria, como el de un espigón en Suances que pondría en peligro la ola de la playa de la Concha y se invoca a la condición de Reserva del surf de Suances, como si fuera un salvoconducto o una figura jurídica similar a la de parque nacional, reserva de la biosfera, etc… que actuase como paraguas o escudo protector. Desde mi punto de vista y para el de muchos surfistas locales, la creación de esta figura de reserva del surf no es más que un reclamo turístico para promocionar las playas y que venga más gente, al igual que las banderas azules. La ola en sí poco importa, porque si importase también se intentaría defenderla de otra de las amenazas que se cierne sobre ellas: la masificación indiscrimanda. Ahora que vayan los surfistas, las escuelas del lugar a un juez y que intenten paralizar la construcción del espigón invocando esta figura de “reserva del surf”, que ya te digo yo a dónde las mandan. 

  Luego, en la misiva se omite otra auténtica puñalada trapera a los surfistas de Cantabria, que se realizó con nocturnidad, alevosía y premeditación y que aceptamos sin más como mansos corderitos sin decir esta boca es mía. Esta ignominia para la tribu surfera no fue otra que la implantación en la localidad de Ribamontán al Mar, de la red de limitación o control de los aparcamientos durante los meses de verano. Toda otra reserva del surf, con un plan de dinamización del surf, con vistosos y llamativos carteles a la entrada y salida del municipio de “surf a toda costa”, e implanta unos parquímetros que precisamente perjudican más a los que tanto dicen defender y para los que se autoproclama “paraíso en Europa”. En este sentido, los políticos no sólo no resuelven los problemas ya existentes, sino que se encargan de crear otros nuevos para poner medidas que no hacen más que perjudicar a los que les han votado. Tal vez, si no se hubiesen dedicado a implantar un modelo de dinamización del surf puramente cuantitativo e insostenible, un Magaluf o Benidorm del surf, no habría el problema de aparcamiento que tenemos ahora. 

  Me resultaría muy fácil y ventajista decir aquello de “a disfrutar de lo votado”, pero prefiero hacer algo más constructivo y reflexionar sobre el mencionado fenómeno que como digo no es nuevo, pues se remonta al ya lejano 2008. ¿Y qué pasó en 2008?, se estarán preguntando.  La respuesta es bien sencilla y estoy seguro que a muchos les habrá llegado instantáneamente a la cabeza. La crisis de la construcción. Tras una década de edificaciones masivas e indiscriminadas en la costa, que cambió y afeó de modo irreversible su fisonomía, el modelo especulativo y lucrativo llegó a su fin y los ayuntamientos costeros tuvieron que lanzarse a buscar otras formas de financiarse y de obtener beneficio. Les tocaba buscarse la vida. Entonces se giraron a fórmulas de negocio incipientes, que empezaban a abrirse tímidamente camino, con dedicación, esfuerzo, mucho trabajo y sudor y lo más importante: sin injerencias públicas. Una de estas baritas mágicas o bote salvavidas fue el surfing. En condiciones normales, el surf jamás les hubiese interesado, pero, tal y como digo, eran momentos de urgencia, de emergencia. Los ayuntamientos y gobiernos autonómicos son estructuras sobredimensionadas y requieren de ingentes cantidades de ingresos para mantenerse. A lo largo de estos quince años, los ayuntamientos han aplicado al surf las mismas fórmulas de desarrollo insostenible que aplicaron con anterioridad en la construcción, en el desarrollo urbanístico y el resultado es del todo conocido por cualquiera con dos dedos de frente. La foto fija actual de cualquier municipio surfero de Cantabria después de quince años de especulación y de burbuja inmobiliaria surfera es similar a la instantánea arquitectónica o mapa urbano de cualquier localidad costera. Caos. Anarquía. Todo vale.

  ¿Cómo hemos permitido que ocurra esto? Yo la respuesta la tengo clara y aquí es donde practico la autocrítica y entono el mea culpa. Pasividad. Inmovilismo. Dejadez. Para explicarlo utilizaré el tristemente célebre poema de Martin Niemöller, Héroe de la Resistencia alemana: «Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio,ya que no era comunista/ Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, ya que no era socialdemócrata/ Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, ya que no era sindicalista/ Cuando vinieron a llevarse a los judíos, no protesté, ya que no era judío/ Y cuando vinieron por mí, ya no quedaba nadie que alzara la voz para defenderme”. La cronología en el surf también la tengo muy clara. Primero toda esta promoción del surf institucional, pública e indiscriminada afectó a los más débiles, a los surfistas locales, pero como los surfistas locales es un número irrisorio, ridículo y sin rédito electoral a nadie le importó. Estoy harto de ver a gente que surfea desde hace décadas decir que lo ha dejado (y no precisamente por la edad, o una lesión crónica), o que se mete en playas de segunda o tercera fila con olas de ínfima calidad para disfrutar de un poco de tranquilidad, otros simplemente han renunciado a hacer surf de mayo a octubre o durante la semana santa… Luego esta especulación y desarrollo insostenible afectó a las propias escuelas originarias y gestionadas por surfistas de toda la vida (sí leen bien, las propias Escuelas se ven afectadas por este fenómeno, y cada vez se verán más y más afectadas: impuestos, tasas, requisitos burocráticos inasumibles, competencia desleal entre ellas). A la cabeza me viene el caso que destapó Surfcantabria en el que uno de los co-pioneros de los escuelas de surf en España, el que abrió el camino a los demás, el que supo ver hace más de 30 años este negocio, todo un mítico y una leyenda viviente de la comunidad surfera local se quedó sin licencia porque incumplía no sé qué criterios o requerimientos arbitrarios promulgados por la administración. Esta auténtica injustica importó poco, porque solo afectaba a una persona. 
  
 Ahora al final del proceso, las medidas nos empiezan a influir a todos, porque afectan a las olas y parece que por fin despertamos, pero, tal y como digo, los surfistas llevamos muchos años, demasiados, durmiendo con el enemigo. Solo espero que no se cumpla lo que dice otra de las traducciones de los inmortales versos de Niemoller: “Cuando vinieron a por mí, ya era demasiado tarde”.