Manel Fiochi, genio y figura. |
La historia del surf no es como la de la Segunda Guerra
Mundial, la Guerra
fría, la Revolución
francesa, la conquista del Nuevo Mundo o cualquier otro acontecimiento que
podamos imaginar. O no debería serlo. No deja abundantes fuentes documentales,
diarios de sesiones, cartas fundacionales, etc... Los grandes miércoles, las
pequeñas y grandes gestas playeras se quedan almacenadas en las retinas, en la
memoria, en los testimonios de los testigos o sus protagonistas, que más que personajes
históricos deberían ser considerados como leyendas. Uno de estos mitos del surf
patrio es Manel Fiochi (Santander.1950), figura imprescindible para entender la
gran evolución que experimentó el surfing en España a finales de los sesenta y
principio de los setenta. De sus numerosos viajes a Francia y a Inglaterra, Manel
trajo consigo tablas más cortas, nuevas maniobras y sobre todo un estilo más
veloz y dinámico, como el que ya se hacía en las playas de Australia y
California.
.
-Manel, ¿cuándo fue tu primera toma de contacto con el
surfing?
-De la primera mía no me acuerdo exactamente. Me acuerdo más
de las de mis hermanos, a los que veía desde la playa. Como no teníamos ni idea
absolutamente, a nada que tuvieses una tabla, ya valía. Que te pusieras de pie
ya era lo de menos. Recuerdo que intentaban subirse a la tabla, en la primera
playa (El Sardinero), por un lado y caerse por el otro. Fue muy graciosa esa
toma de contacto. Yo decía ¡Joder, pues qué difícil es ya subirse! Me acuerdo
de la primera tabla de mi hermano Rafa, adquirida en Barland Bayona, que la
llamábamos La Avidesa,
porque había un anuncio de Avidesa que era rojo y azul y la tabla era igual. Yo
no pude tomar contacto hasta un año después, creo que era el año 66 -soy muy
malo para las fechas-, pues tuve una lesión muy fuerte haciendo barra fija en
el colegio con el brazo y estuve un año escayolado. Intenté coger olas con el
brazo envuelto en bolsas de plástico, pero no funcionó y se retardó la
recuperación. Luego, empezamos a movernos, gracias a que mi hermano Jesús tenía
coche. Creo que una vez nos dijo que tendríamos que pagar gasolina, pero no fue
así (sonríe). La verdad es que siempre se portó muy bien con nosotros. Tengo
que decir una cosa muy importante, él era el gurú, nosotros no teníamos ni
idea. Me acuerdo una vez que, desde El Sardinero, viendo Somo, decía que no,
que allí no había olas. Yo bauticé aquella frase como “non plus ultra”, porque
una semana después Merodio, Carlos Beraza y yo no sólo descubrimos Somo, sino
que descubrimos Santa Marina. A medida que fuimos teniendo medios para
movernos, fuimos aprendiendo por nuestra cuenta. Luego vino la época de los
campeonatos de surf. Recuerdo el primero en Bakio, que llegamos allí y todos
coreaban el nombre de Dourdil, pero luego coreaban apellidos cántabros.
-¿Cuál ha sido tu gran Miércoles, ese día que digas “he
pillado las olas más grandes de mi vida”?
-Me viene a la cabeza una anécdota, en Inglaterra, cerca de
Newquay. Tim Heyland, propietario de Tiky Surfboards, me preguntó si me atrevía
a ir en helicóptero a un sitio determinado a coger una ola grande. Le dije como
excusa que no tenía tablas de olas grandes y enseguida me enseñó media docena y
me dijo “¡Ésta! Ésta te viene muy bien”. No creo haber pasado tanto miedo con
esto de las olas en mi vida más que esa noche, pensando en lo que podría
ocurrir. Al día siguiente, me lo encontré y me dijo que no, que las condiciones
no eran buenas; y yo, a día de hoy, con el tiempo, no sé si era verdad o
mentira, pero pasé mucho miedo. Y de días grandes, recuerdo un día en Mundaka,
con Carlos Beraza y Merodio, de los primeros días que nos metíamos allí. Estaba
tan grande, que no se metía nadie. Y dije yo: “voy a entrar por el puerto,
cerca de la roca, voy avanzando, que ahí no pegan las olas, y luego me sitúo en
el medio, hacia atrás, a ver si la cojo o me coge”. Bueno, me cogió una ola muy
grande, que no sé si la cogí o no, pero aparecí en la ría. Como la corriente no
me dejaba volver al sitio por donde había entrado, por el puerto, avancé y
llegué hasta una casita que tenía unos peldaños de madera y una puerta. Y nada,
llegué allí, llamé, y salieron unas señoras mayores, de negro, que se asustaron
muchísimo, porque no habían visto nunca salir a nadie del agua así. Me dieron
de desayunar, de comer, y cuando volví por la carretera éstos ya estaban
pensando en llamar a la Guardia Civil,
porque no me veían por el horizonte, y aparecí por atrás dándoles una sorpresa.
Ha habido días muy grandes en Rodiles, en Mundaka, siempre en sitios con el
denominador común de una ría. En España hay una maravilla de spots, no hace
falta irse muy lejos. Otra vez fuimos a ‘La Barre’ (ola muy famosa de la época, que luego
rellenaron y desapareció para siempre), en Francia, mi hermano Jesús, Merodio,
Carlos y yo. Era un día de mucho calor. Llegamos allí y estaba muy grande. No
se metía nadie. Ni australianos, ni americanos. Yo me metí porque tenía calor.
Conseguí entrar. Estuve un ratito, y, de repente, vi emerger como una cabeza
negra a unos cincuenta metros, que ahora pensando, podría ser una foca o algo
así. Salí para la orilla, que ni olas ni nada (sonríe).
-Como testigo de excepción, ¿cómo viviste la evolución
técnica de las tablas, que éstas fueran cada vez más cortas; y qué implicación
tuvo en vuestro estilo?
-En primer lugar, decir que las tablas antes eran enormes.
La tabla roja que trajo Jesús en el autobús del Racing era enorme. Estando yo un
mes en verano en Biarritz, llegaron los campeonatos y vinieron californianos,
australianos... Ellos empezaron a traer tablas más pequeñas y Barland, que era
el fabricante local, empezó a hacerlas. Me traje la primera tabla más corta,
que no era tan corta, si las comparas con las de ahora, a Santander, y Zalo y
todos éstos decían que había venido con un nuevo estilo, pero lo que pasaba es
que había traído una nueva tabla y se notaba mucho. Luego, conviviendo en
Francia con los demás, aprendí que había que coger la ola más de lado, para
coger velocidad y hacer maniobras, ya pensando un poco en la competición.
-¿Cómo definirías tu estilo?
-Mi estilo nunca me lo he visto, he visto el de los demás.
He visto en Biarritz, que nunca olvidaré, el estilo del australiano Keith Paul,
que usaba unas tablas pequeñas y bastante anchas y que no perdía velocidad… ¡Y
hacía unas cosas! Para él igual daba que fueran olas grandes, medianas que
pequeñas. Y una serie de gente que cogía olas a diario con ellos y me fijaba en
que daban velocidad a la tabla desde el principio, cogiendo las olas mucho más
de lado de como lo hacíamos nosotros. Los hermanos Lartigeaux, De Rosnais, uno
de ellos desapareció por Indonesia en condiciones extrañas al intentar hacer
una travesía con una tabla de surf. Y a mí, particularmente, me gustaba mucho el
estilo de mi hermano Rafa, que era todo un especialista en olas grandes. Santa
Marina le venía perfecta, al contrario que para mí y que para Merodio, que
somos goofys y nos viene a contramano. Tal vez por eso descubrimos primero Mundaka
y luego Rodiles, como necesidad.
La primera playa de El Sardinero, la zona cero del surf patrio. |
-¿Se puede decir de alguna forma que el surf cambió tu vida,
que hubo un antes y un después y que nada volvió a ser igual?
-No. Mi vida siempre ha sido la misma. Siempre me ha gustado
hacer lo que he querido y he podido. En este sentido, he sido un afortunado y
he podido disfrutar. Ante todo, el objetivo para todos debe ser “Ser feliz”,
ser feliz de una manera u otra. Y en mi caso se puede decir: “misión cumplida”.
-¿Cómo era ese ambiente surfero de Santander de los sesenta
y setenta?
-Al principio era cada uno a su aire. Algunos como Zalo
Campa se dedicaban a hacer sus pinitos, sus tablas. Así que yo recuerde se
establecieron dos grupos. Uno era el Surf Club España, y lo formaban mis
hermanos Jesús y Rafa, Leo Ibáñez, Carlos Beraza, Merodio y yo. Y Zalo Campa,
Pedro Rodríguez Parets y todos los demás en el otro que estaba en la Cañía, en unos bajos, y se
llamaba Surf Club Sardinero. El nuestro,
al ser España, era más potente (risa). Luego,
los campeonatos fueron muy
interesantes, para nosotros, desde el punto de vista que nos permitieron
conocer nuevos spots para coger olas, la costa vasca fundamentalmente, y sobre
todo a la gente que vivía allí, lo que permitió muchas colaboraciones, como
Casa Lola, que era como una comuna del surf, donde se empezaron a hacer en
serio y en serie las tablas de surf en España. Aquella época fue muy
interesante, con el surf siempre como prioridad. Si había olas, ya se podían
dejar las tablas. Lo primero era coger olas. La gasolina era más barata y se
podía ir más veces (risa).
-Una cosa que llama poderosamente la atención es que, pese a
ser pioneros y haber disfrutado de las playas para vosotros solos, no sois
excesivamente locales, en contraposición de otros surfistas de nuevo cuño que…
-Desde el principio cogíamos olas educadamente, luego empezó
el inicio de la masificación y pasó una cosa muy curiosa: la gente aprendía a
insultar y a gritar antes que a ponerse de pie. Es como la inmigración, hay que
aceptarlo, porque no hay más que ponerse en el lugar del que está enfrente y
decirse ‘si yo estuviera en tu lugar…’. A los locales les diría que hay solamente
un camino: hacer surf y no la guerra (sonríe).
-¿Qué rutina de surfing tienes ahora mismo?
-Sigo surfeando y he comprendido que en verano no se puede
ni aparcar ni en Liencres ni en Somo, por lo que tengo una tabla en Cota Cero,
otra en Somo, y voy en moto a coger olas, según las condiciones, tras consultar
la página meteorológica de Jesús. Es una cosa que no dejaré nunca. Hace unos
años, cuando funcionaba la
Magdalena, tomé contacto con el Windsurf, pero enfocado a las
olas, y evolucioné mucho en este mundo. Me encantaba cruzar la bahía los días
que soplaba viento sur. Una vez incluso hicimos una regata, la única que se ha
hecho, con Ángel Gómez Acebo, El Rizos, que era todo un especialista. Había que
ir de los Peligros a la boya y volver (dos veces). Gané la regata. Creo que lo
tengo grabado en vídeo. Un día fui a Reinosa al pantano a probar el kite, pero
fui demasiado tarde, estaba anocheciendo, no me explicaron bien lo que había
que hacer, y al subir la cometa, he tirado y he salido por el aire y ¡joer! me
he pegado un leñazo… He estado mucho
tiempo lesionado. Así que me lo pensaré para la próxima.
La música, la otra gran pasión de Manel Fiochi. |
-También eres un apasionado de la música…
-Mi pasión por la música empezó en el colegio cuando
descubrí que podía simular unos ensayos para Santa Cecilia, con unos amigos, y
correrte alguna clase que otra. Lo malo fue el día que fueron nuestros padres a
oírnos. En aquellos años no había Internet no había nada y lo único que podías
hacer los fines de semana era pasear por el tontódromo, que era como llamábamos
a los Jardines de Pereda, para ver si te miraba alguna. Recuerdo que íbamos
tarareando lo que escuchábamos por la radio y dije “coño, tenemos que hacer un
grupo, ¿qué vamos a estar aquí, perdiendo el tiempo?”. Uno tenía un tío con un
piso vacío, yo fui al colegio a pedir el tambor de Semana Santa. Y así fue, yo
tocaba la batería, hasta que decidí que no, y compré en Lera una guitarra muy
bonita, que lucía más. Tocábamos canciones instrumentales de los Shadows. Cosas
que no hubiera que cantar, porque nadie se atrevía. Anécdotas con la música
muchas. Contaría una que pasó cuando un día René Thomas, un guitarrista de
jazz, de los mejores, murió en Santander y su mujer y su hijita vinieron para
enterrarle y no tenían ni dinero. Entonces, improvisamos con Juan Carlos
Calderón un concierto para recaudar dinero, en el que también estaba Fernando
con un cuadro. Yo estaba con unos ingleses con los que había estado ensayando
en casa de los Ibáñez en Piquío, porque querían grabar un disco en Madrid y yo
les iba a tocar la batería. Esa noche fue inolvidable. Les acabé acompañando a
Madrid para grabarlo dos días después. Allí surgió un concierto que habían
organizado los de Medicina, con Micky y los Tonys, con Juan Carlos Calderón.
Nosotros tocamos un single de Bob Dylan, ‘The Weight’, que tocaba The Band
también, y otro tema the Neil Young, Harvest. Esa misma noche nos abrieron los
estudios Celada. Los mismos estudios que aparecieron en un programa de Cuarto
Milenio de Iker Jiménez, porque se aparecían fantasmas. Pues yo no vi ninguno,
a las dos o tres de la mañana que estuvimos, el único yo.
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