El legendario Cioli no perdonó un solo día su visita a la playa. |
Después de mi efímera semilucha, saldada con una relampagueante derrota, para que pongan una estrella al Racing en el paseo del surf de Somo, me he acordado del inolvidable y querídisimo Don José Sanz Tejera (Santander, 1922-Santander, 2011), más conocido como Cioli. Responsable de salvar, y mira que se dice pronto, a más de 140 personas de morir ahogadas en las peligrosas y traicioneras aguas del Cantábrico.
En esta época de
alarmante indigencia espiritual, de desorientación vital, de epidemias de crisis existenciales, de picarescos
coaches y gurús, de libros de autoayuda,
de Paulos Coelhos de Mercadona, de filosofías low cost y frases prefabricadas del Ikea que
establecen que todos somos seres de luz, guerreros de la luz (esta gente parece que tiene acciones en Iberdrola), de consumo
récord de antidepresivos y ansiolíticos… Cioli nos regaló, durante lustros, con
total naturalidad, de forma
completamente gratuita y humilde y patentó la fórmula más sencilla para estar
en paz con uno mismo y poder a llegar a ser felices en esta vida: “Haz bien y
no mires a quien”. Además, sin ser surfista ni de familia de multimillonarios,
consiguió cumplir con gran éxito el
objetivo máximo de cualquier amante de las olas que se precie: se pasó todos
los días de su vida en la playa. Si a este pequeño gran hombre no se le ha
dedicado una estatua 13 años después de su muerte, ¿a quién se la van a dedicar?
Un antiquísimo y sapientísimo proverbio hebreo, extraído del
Talmud, establece que “Quien salva una vida, salva al mundo entero”. ¿Qué
podemos decir entonces de alguien que, en el único recuerdo físico que hay de él,
en su ciudad, en una desactualizada
placa instalada en la entrada de su playa de la Magdalena, en el lejano 1983, pone: “El ayuntamiento de Santander,
a Cioli, salvador de cien vidas”. Cuanto menos que a alguien así, que salvó a
la humanidad entera y a varias civilizaciones alienígenas, 14 años después de su muerte, se le habría rendido ya tributo en forma de estatua. Efectivamente, en cualquier lugar del mundo, así habría sido, sin duda alguna. En cualquier lugar del mundo, menos en uno, en el que nació, vivió y murió este héroe real y local que te reconciliaba al instante con la especie humana. 41 años después
seguimos con la misma mencionada placa, minúscula y
obsoleta, pues desde que fue descubierta
hasta que murió Cioli tuvo tiempo de salvar a 40 personas más.
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