Recientemente, el actor
Mickey Rourke confesó que, cuando peor lo estaba
pasando y el suicidio rondaba su cabeza, la visión de los ojos de su perro como
diciéndole “si lo haces… ¿quién cuidará de mí?”, le quitó tal idea. En la
década de los ochenta, se puede decir que Rourke tuvo todo… Hollywood rendido a
sus pies, una legión de admiradoras, que lo consideraban uno de los hombres más
sexys del planeta, fama, riqueza... Pero la belleza es efímera, más cuando
decides potenciar tu carrera de boxeador, y un aciago día los directores, que
antaño se pegaban por que interpretase sus
papeles de protagonista en sus obras, dejaron
de llamar a su puerta, y misteriosamente toda la gente que le adulaba
desapareció junto a esa imagen de galán que reventó las taquillas de medio
mundo, haciendo una de las parejas de más alto voltaje erótico de la historia
del cine junto a
Kim Basinger, en Nueve Semanas y media.
En esta caída, el único que permaneció inalterable a su lado fue su perro,
al que no le importó que ya no tuviera esa imagen que derretía a las mujeres, o
que su cuenta corriente ya no tuviera tantos ceros, o que su casa no fuera tan
grande. Por todo ello, el actor confiesa que sus perros son lo más importante
en su vida, pues cuando “no había nadie más, ellos estaban”.
En el año 2008 la carrera de Rourke experimentó un inesperado resurgir con
la película de
Darren Aronofsky, The Wrestler, donde interpreta de forma
magistral y casi biográfica a un decrépito luchador de pressing catch que, tras
haber conocido la fama en los ochenta, malvive a duras penas trabajando en un
supermercado y peleando en veladas de poca monta, en pabellones de instituto.
Pese a haber superado la tormenta y haber llegado la calma a su vida, Rourke no
olvidó a su perro y, en su discurso de los Globos de oro, tras haber recibido
el premio a mejor actor dramático, tuvo palabras de agradecimiento muy emotivas
hacia él. Incomprensiblemente, aquel mismo año Mickey no recibió el Óscar al
mejor actor; pero ésa es otra historia…
Una de las pruebas más sorprendentes
de esta lealtad incondicional
perruna
está íntimamente ligada al surf. La ola de
Mavericks es una de las más famosas
del planeta, incluso el cine la inmortalizó en la cinta
Persiguiendo Mavericks. Un biopic del surfista de olas grandes,
prematuramente desaparecido,
Jay Moriarity. No sé si son muchos o pocos los
surfistas que saben que esta ola fue bautizada así en honor al perro de uno de sus
descubridores, que no dudó en seguirle hasta el terrorífico pico. La historia
cuenta que el surfista, preocupado por el tamaño de las olas y que éstas
pudieran ahogar a su mascota, no tuvo más remedio que poner al cánido sobre su
tabla y conducirlo fuera, para posteriormente atarlo al coche. Esta historia se
puede leer en Internet (
http://www.bakio.com/el-origen-de-los-nombres-de-algunos-de-los-picos-mas-famosos-del-mundo/).
Las terribles olas de Mavericks (en sentido figurado), la enorme tempestad
que sufría la vida de Mickey Rourke… Son pruebas en las que todos tarde o
temprano nos vemos inmersos en la vida. Situaciones en las que a parte de
nuestra resistencia o valía se pone a prueba otras cosas, como el amor y la
verdadera amistad de nuestros seres queridos. Exámenes que muchos no pasarán, dejándonos
solos; pero que pasaron con nota los perros de Mickey Rourke y de uno de los
codescubridores de Mavericks… Y de muchos personajes anónimos que pueden
corroborar
con sus testimonios que la
amistad y lealtad de los perros no conoce límites, pues por muy grande que sea
la tormenta y por muchos pies que midan las olas, ellos nadarán siempre a
nuestro lado.
Seguramente, que mientras escribo estas líneas hay muchos perros
abandonados, maltratados en nuestras carreteras, calles, campos… Los más
afortunados hacinados en alguna de las repletas perreras de este país con el
triste récord de mayor número de abandonos de mascotas de la Unión Europea. Viviendo su
particular tormenta o Mavericks. Tal vez, como hizo el perro de Mickey Rourke
con su dueño, podamos rescatarlos. Quién sabe quizá mañana sean ellos los que
nos saquen de las aguas agitadas de nuestra vida, poniendo de manifiesto esa
máxima muchas veces olvidada que debe regir toda amistad: “hoy por ti, mañana
por mí”.
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