No sé si será que uno ya va cumpliendo unos años, pero cada
vez que me acercó a la playa, me bajó del coche y veo el panorama del parking, me entran ganas
de volverme a subir, y sin sacar la tabla de la funda ni ponerme el traje, arrancar
el motor y volverme para casa. En última instancia, consigo controlarme y me
resignó, haciendo míos los célebres versos de Jorge Manrique de “cualquier
tiempo pasado fue mejor”. Bueno, para ser sinceros, por el panorama playero y
porque hace tiempo que comprendí que nunca más volvería a surfear como en el
verano de 2004. Ni de lejos. Menos mal que cuando me pasa todo esto, voy a
casa, me pongo El Gran Miércoles y me reconcilió con el presente y afrontó con
una mayor dosis de optimismo y de indulgencia el futuro.
Tampoco la célebre
obra de John Milius ha escapado de esta fiebre de la superficialidad, la frivolidad
y el postureo, y hay quien, en su delirio histriónico, y su culto al personaje
por encima de la personalidad ha creído ver en el Gran Miércoles exclusivamente
una especie de tabla de los mandamientos o manual de estilo de estética
playera, de coches de época, de guateques surferos, de hit parade de música, de
bañadores y camisetas vintage, de tablonismo y de maniobras barroco/manieristas,
de peinados... ¡Allá ellos!
A todos estos cools,
hipsters , old schoolers, esnobs o revivals les digo que El Gran Miércoles es un
decálogo sí, pero no de estética surfera, sino un manantial interminable en el
que saciarse de ética y esencia surferas, una vacuna ante la superficialidad y
un antídoto frente a la ola de vulgarización y frivolidad que nos azota; porque
precisamente si de algo nos alertaba el Gran Miércoles era de los peligros de la popularización
y de la democratización del surf, porque en sí misma la popularidad de un
deporte no es mala, pero lo es cuando lleva consigo la pérdida de sus raíces,
de sus señas de identidad, de cierta amnesia de su ser; porque cuando la gente que ve una película o practica
un deporte sólo se queda con la ropa, el peinado y la estética de estos, deben
saltar todas las alarmas. Porque cuando un deporte cuya marca primigenia era el
individualismo (“De todas formas siempre estás solo. Esa es la prueba del
surfer, hacerlo solo, acostumbrarse a no depender de nadie.") acaba
convertido en una actividad exhibicionista que carece de todo sentido cuando no
hay público o no se puede hacer
partícipe a los demás de nuestra condición de surfer con todo tipo de
distintivos inimaginables, pegatinas, tatuajes, logos, gorras, gafas de sol… es
para preguntarnos hacia dónde vamos o en qué momento del camino nos torcimos de la senda…
A todos los que juran amor eterno al surf, que hablan de
su plano existencial, de su condición casi de religión, de estilo de vida y que
se ofenden y se violentan cuando alguien comete la desfachatez de llamarlo “deporte”,
que van de buscadores incansables, de boquilla, siempre de boquilla, de la tormenta cincuentenaria
les preguntaría cuántos de ellos estarían dispuestos a sacrificar sus carreras, sus trabajos o las comodidades de sus vidas de pequeños Bobos (Bohemios-burgueses) por ser limpiadores de piscinas en muchos de los chalets o
urbanizaciones que hay al lado de sus veneradas y frecuentadas en vacaciones,
puentes y demás fiestas de guardar playas; tal y como hizo Matt Johnson. Eso es
una declaración de intenciones y un compromiso hacia el deporte que amas. El
resto, juegos de artificio, y como hoy en día a ellos mismos les gusta decir tanto, simple “postureo”.
Gracias a John, a John Milius, siempre nos quedará El Gran Miércoles. ¡Feliz cuarenta aniversario!
Píldoras contra la
frivolidad:
-¿Has hecho mucho surf Matt? No... Solo cuando era necesario.
-Los amigos son para cuando no tienes razón. Cuando
la tienes, no necesitas nada.
-¡Carai, eso no es un deporte, es una epidemia!
-Nadie surfea siempre .
-Yo no soy surfer,
sólo soy una basura.
-De todas formas siempre estás solo. Esa es la prueba del
surfer, hacerlo solo, acostumbrarse a no depender de nadie.
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