Alberto Miguel, un titán de las canchas y del pico. |
"Atrás quedan muchos años de baloncesto de los que guardo grandes recuerdos y un sinfín de amigos para los que seguiré ahí, eso sí, tendréis que buscarme cogiendo olas en las playas de Cantabria".
Estas palabras auguraban una buena historia que contar. Como así ha sido.
En la biografía de Alberto Miguel destaca que antes de los 19 años había estado federado en siete deportes diferentes, esto podría hacernos llegar a la errónea conclusión de que simplemente estamos ante un sujeto que está dotado de unas condiciones excepcionales para practicar deporte; pero, aunque es cierto, el excolta a parte de un atleta, posee un entusiasmo para afrontar cualquier reto que le convirtieron durante 15 años en ese jugador clave que cualquier equipo con aspiraciones de subir a la ACB o mantenerse en ella quería tener en su vestuario. En el deporte y en la vida, hay jugadores o personas dotadas de unas cualidades excepcionales para meter canastas o hacer cualquier otra cosa, pero en el momento que las cosas empiezan a torcerse, se dejan arrastrar por la situación y caen en picado como una aeronave en la que se han empezado a encender los pilotos o a sufrir turbulencias. Alberto Miguel era esa clase de jugador que cuando los balones dejaban de entrar o las derrotas se acumulaban no se dejaba hundir. Su entusiasmo era la vacuna idónea para frenar en cualquier vestuario una epidemia de derrotismo. Esas que por muy bueno que sea el equipo siempre en un momento de la larga temporada suceden. Entrevistarle y compartir con él unos minutos me ha servido para sentir parte del 'secreto' de su exitosa carrera profesional. Lo de su increíble capacidad de salto, le apodaban el negro de Laredo, su tiro en suspensión desde el perímetro y sus intensas defensas que secaban al escolta del equipo contrario son cosas que sabe todo el mundo...
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