domingo, 3 de diciembre de 2023

Pesadilla surferil antes de navidad

 



 Navidad. Época entrañable como pocas. Dos semanas al año en las que los seres humanos sacamos lo mejor de nosotros mismos. Amor fraterno, generosidad, perdón, solidaridad… Reuniones con nuestros seres queridos, vuelta al hogar de la familia pródiga, enterramiento del hacha de guerra con esos sujetos con los que no nos llevamos tan bien durante el resto del año.  Abracitos, buenos deseos, villancicos, aguinaldos, el insufrible especial de Raphael, polvorones, turrón de Suchard…

 Paparruchas. Mientras el común de los mortales ve esto, para el surfer de bien,  para el de toda la vida, para el que peina ya canas o ni tan siquiera eso, para el que surfeaba ya en tiempos de Felipe González o cuando la bendita Quinta del  Buitre imponía su dictadura en los campos de fútbol de España,  para el que ha sido catalogado recientemente por los antropólogos como una nueva especie, Homo Localensis chungensis que te cagas, la Navidad se ha convertido en una época maldita, de marcar en rojo sangre en los calendarios. Y es que, queridos amigos, desde hace años la Navidad para un surfista, como para el Grinch o Jack Skellington, es  una auténtica pesadilla. Una penosa enfermedad, una colonoscopia, una revisión de la ITV con una furgoneta con modificaciones, que hay que pasar de la mejor forma posible.

El grinch intenta convencer a una niña para que no pida una tabla.


 En Navidades, un surfer ve  a niños y niñas subirse en las inflamadas piernas de los reyes  magos o  de Papá Noel de cualquiera de los muchos  Corte Inglés, Carrefour, Toys r Us diseminados por la piel de toro de este bendito país,  y tras preguntarles  si han sido buenos, responder , con una sonrisa más inquietante que la de Chucky, Anabelle ,  Pennywise o Pedro Sánchez, al  oído:  “Este año quiero una tabla de surf y un traje de neopreno”.  Contempla a hordas de padres y de madres  entrar en la sección de surf de Decathlon, como la estampida mortal que acabó con el padre de Simba, ante la mirada de terror y las suplicas de un empleado con chaleco azul,  y tras  aplastarle brutalmente, llevarse trajes de neopreno Olaia y tablas de surf de corchopán como si no hubiera un mañana, como si el covid hubiese vuelto a nuestras vidas, realizando una mortal simbiosis con el ébola, o amenazantes naves nodrizas alienígenas se hubiesen instalado encima de cada capital europea.  Visualiza  a miles de individuos colapsando las páginas webs de cualquier escuela de surf reservando cursos de iniciación o de perfeccionamiento para el 2024 como si los regalasen, como si no costasen dinero, como si un monitor de surf no cobrase la hora más cara que un estibador del puerto en festivo o una escort  de lujo en un congreso médico. Imagina a ojerosos shapers, en sus talleres, bebiendo red bulls para poder seguir operativos por tercera noche seguida,  respondiendo por enésima vez, por teléfono, a un padre chapas: “Sí, señor,  la tabla de su p… hijo, tal y como le aseguré ayer y antes de ayer estará lista para nochebuena”…  Ve a decenas de individuos que, tras degustar la última uva de Nochevieja, prometen en alto para que lo sepan todos: “De este año no pasa, pruebo a hacer surf, ¡me apunto en un surfcamp!”… El día de reyes se tortura con la estampa de millones de niños, niñas y niñes madrugando y entrando en un salón de portada de la revista Nuevo Diseño, encontrándose, bajo un frondoso árbol de Navidad, equipos completos para deslizarse sobre las olas, donde antaño había barbies, balones de fútbol o educativas videoconsolas.

 

Por todo ello, recuerda si eres surfista no regales nunca tablas ni trajes de neopreno ni tan siquiera unos tristes escarpines.  Piensa que todas estas personas que reciben estos presentes en Navidad serán los que colapsen tu pico, tu playa en la primavera y el verano que viene. ¡Felices Fiestas a todos!

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario