Navidad. Época entrañable como pocas. Dos semanas al año en
las que los seres humanos sacamos lo mejor de nosotros mismos. Amor fraterno,
generosidad, perdón, solidaridad… Reuniones con nuestros seres queridos, vuelta
al hogar de la familia pródiga, enterramiento del hacha de guerra con esos
sujetos con los que no nos llevamos tan bien durante el resto del año. Abracitos, buenos deseos, villancicos,
aguinaldos, el insufrible especial de Raphael, polvorones, turrón de Suchard…
Paparruchas. Mientras el común de los mortales ve esto, para
el surfer de bien, para el de toda la
vida, para el que peina ya canas o ni tan siquiera eso, para el que surfeaba ya
en tiempos de Felipe González o cuando la bendita Quinta del Buitre imponía su dictadura en los campos de fútbol
de España, para el que ha sido
catalogado recientemente por los antropólogos como una nueva especie, Homo
Localensis chungensis que te cagas, la Navidad se ha convertido en una época
maldita, de marcar en rojo sangre en los calendarios. Y es que, queridos
amigos, desde hace años la Navidad para un surfista, como para el Grinch o Jack
Skellington, es una auténtica pesadilla.
Una penosa enfermedad, una colonoscopia, una revisión de la ITV con una
furgoneta con modificaciones, que hay que pasar de la mejor forma posible.
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El grinch intenta convencer a una niña para que no pida una tabla. |
En Navidades, un surfer ve a niños y niñas subirse en las inflamadas
piernas de los reyes magos o de Papá Noel de cualquiera de los muchos Corte Inglés, Carrefour, Toys r Us diseminados
por la piel de toro de este bendito país, y tras preguntarles si han sido buenos, responder , con una
sonrisa más inquietante que la de Chucky, Anabelle , Pennywise o Pedro Sánchez, al oído:
“Este año quiero una tabla de surf y un traje de neopreno”. Contempla a hordas de padres y de madres entrar en la sección de surf de Decathlon,
como la estampida mortal que acabó con el padre de Simba, ante la mirada de
terror y las suplicas de un empleado con chaleco azul, y tras
aplastarle brutalmente, llevarse trajes de neopreno Olaia y tablas de
surf de corchopán como si no hubiera un mañana, como si el covid hubiese vuelto
a nuestras vidas, realizando una mortal simbiosis con el ébola, o amenazantes naves
nodrizas alienígenas se hubiesen instalado encima de cada capital europea. Visualiza a miles de individuos colapsando las páginas
webs de cualquier escuela de surf reservando cursos de iniciación o de perfeccionamiento
para el 2024 como si los regalasen, como si no costasen dinero, como si un
monitor de surf no cobrase la hora más cara que un estibador del puerto en
festivo o una escort de lujo en un
congreso médico. Imagina a ojerosos shapers, en sus talleres, bebiendo red
bulls para poder seguir operativos por tercera noche seguida, respondiendo por enésima vez, por teléfono, a
un padre chapas: “Sí, señor, la tabla de
su p… hijo, tal y como le aseguré ayer y antes de ayer estará lista para
nochebuena”… Ve a decenas de individuos
que, tras degustar la última uva de Nochevieja, prometen en alto para que lo
sepan todos: “De este año no pasa, pruebo a hacer surf, ¡me apunto en un surfcamp!”… El día de reyes se
tortura con la estampa de millones de niños, niñas y niñes madrugando y entrando en
un salón de portada de la revista Nuevo Diseño, encontrándose, bajo un frondoso
árbol de Navidad, equipos completos para deslizarse sobre las olas, donde
antaño había barbies, balones de fútbol o educativas videoconsolas.
Por todo ello, recuerda si eres surfista no regales nunca
tablas ni trajes de neopreno ni tan siquiera unos tristes escarpines. Piensa que todas estas personas que reciben
estos presentes en Navidad serán los que colapsen tu pico, tu playa en la primavera
y el verano que viene. ¡Felices Fiestas a todos!
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